Al celebrar los veinte años de la encíclica Redemptoris missio (7-12-1990), que tenía como finalidad subrayar la validez permanente del mandato misionero y de la misión ad gentes en particular, no podemos pasar por alto la labor que están realizando hoy tantos misioneros que han tomado en serio el mandato de Cristo para llevar el Evangelio a todo el mundo. Ante la globalización que se hace cada día más honda y donde las fronteras se desvanecen, no hemos de olvidar que para la misión y los misioneros, sus servidores, se hace más urgente llevar el mensaje liberador de Jesucristo.
El Papa Juan Pablo II, en dicha encíclica, afirma que la acción misionera hacia los pueblos y grupos humanos no evangelizados sigue siendo necesaria, particularmente en algunas áreas del mundo y en determinados contextos culturales. En el centro de la actividad misionera está el anuncio de Cristo, el conocimiento y la experiencia de su amor. Este anuncio no quita la autonomía propia de algunas actividades como el diálogo y la promoción humana, sino que, al contrario, las funda en la caridad difusiva y las encamina a un testimonio siempre respetuoso de los otros en el atento discernimiento de lo que el Espíritu suscita en ellos. No se debe olvidar nunca –continúa el Papa– que la fidelidad del evangelizador a su Señor está en la base de la actividad misionera. Cuanto más santa es la vida, tanto más eficaz es esta misión suya. La llamada a la misión es llamada incesante a la santidad.
Aprovechando la riqueza de estos documentos misioneros, inserto a continuación la enciclica Redemptoris Missio para tenerla muy cerquita y poder meditarla: