”Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre” (Is 49, 1).
“Juan es su nombre” (Lc 1, 63). A sus parientes sorprendidos Zacarías confirma el nombre de su hijo escribiéndolo en una tablilla. Dios mismo, a través de su ángel, había indicado ese nombre, que en hebreo significa “Dios es favorable”. Dios es favorable al hombre: quiere su vida, su salvación. Dios es favorable a su pueblo: quiere convertirlo en una bendición para todas las naciones de la tierra. Dios es favorable a la humanidad: guía su camino hacia la tierra donde reinan la paz y la justicia. Todo esto entraña ese nombre: Juan.
San Juan Bautista es ante todo modelo de fe. Siguiendo las huellas del gran profeta Elías, para escuchar mejor la palabra del único Señor de su vida, lo deja todo y se retira al desierto, desde donde dirigirá la invitación a preparar el camino del Señor.
Es modelo de humildad, porque a cuantos lo consideran no solo un profeta, sino incluso el Mesías, les responde: “Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (Hc 13, 25).
Es modelo de coherencia y valentía para defender la verdad, por la que está dispuesto a pagar personalmente hasta con la cárcel y la muerte (…).
Todos y cada uno sed “luz de las naciones” (Is 49, 6).
Virgen santísima (…), tú desde siempre has guiado el camino del pueblo cristiano. Sigues velando sobre tus hijos. Ayúdales a no olvidar nunca el “nombre”, la identidad espiritual que han recibido en el bautismo. Ayúdales a gozar siempre de la gracia inestimable de ser discípulos de Cristo (cf Jn 3, 29). Sé tú la guía de cada uno. Tú, la Madre de Dios y Madre nuestra, María».