No debemos tener miedo a la gratuidad de Dios que rompe los esquemas humanos de la conveniencia y la recompensa. Lo destacó el Papa Francisco La reflexión surgió del pasaje evangélico de san Lucas (14, 15-24) inmediatamente sucesivo al texto en el que Jesús explicaba que en la ley de Dios «el do ut des no funciona» y para hacer comprender mejor el concepto aconsejaba: «Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
Ante la respuesta de «uno de los comensales que estaban en la mesa con Él» —que exclamó: «¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!»— Jesús respondió con «la parábola del hombre que dio una gran cena» y fue rechazado por los invitados.
El Papa trató de explicar las tres respuestas de los otros muchos invitados: «A todos les gusta ir a una fiesta, les gusta estar invitados; pero había algo, aquí, que a estos tres no les gustaba». El problema era: «¿invitados a qué?».
Uno, en efecto, presumiendo por la compra de un campo, puso por delante su deseo de «vanidad», «orgullo» y «poder», y prefirió ir a ver su campo antes que «permanecer sentado como uno más entre muchos en la mesa de ese señor». Otro habla de negocios y piensa más en el beneficio que en ir «a perder tiempo con esa gente», imaginando: «se hablará de muchas cosas, pero yo no estaré en el centro». Por último, está el hombre que se disculpa por estar recién casado. Podría llevar también a la esposa a la fiesta, pero él quiere «el afecto para sí mismo». En este caso prevalece el «egoísmo». Al final, destacó el Pontífice, «los tres se prefieren a sí mismos» y no quieren «compartir la fiesta».
Los hombres de la parábola —«que son un ejemplo de muchos»— ponen de relieve un «interés», la búsqueda de una «recompensa». Explicó el Papa: «Si la invitación hubiese sido, por ejemplo: “Venid, que tengo dos o tres amigos de negocios de otro país, podemos hacer algo juntos”, seguramente ninguno se hubiese disculpado». En efecto, «les asustaba la gratuidad», el hecho de «ser uno como los demás». Es «el egoísmo», el querer «estar en el centro de todo». Cuando se vive en esta dimensión, cuando «uno gira alrededor de sí mismo» termina por no tener horizontes «porque el horizonte es él mismo». Entonces es «difícil escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios».
Y, añadió el Papa, «detrás de esta actitud» hay otra cosa, aún «más profunda»: es el «miedo a la gratuidad». La gratuidad de Dios, en relación con las experiencias de la vida que nos han hecho sufrir, «es tan grande que nos da miedo». Papa Francisco
Papa, «detrás de esta actitud» hay otra cosa, aún «más profunda»: es el «miedo a la gratuidad». La gratuidad de Dios, en relación con las experiencias de la vida que nos han hecho sufrir, «es tan grande que nos da miedo».