A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por investigar el misterio de Dios. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
A Dios, Jesús, lo llama “Padre” y lo experimenta como un misterio de bondad. Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de transformar el mundo.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como “Hijo” de ese Dios, nacido para llevar a su plenitud el impulso humanizador hasta por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el “Espíritu” de Dios. Es el "amor del Padre" el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador.
Es el "aliento de Dios" el que lo mueve a curar la vida. Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.
Es el "aliento de Dios" el que lo mueve a curar la vida. Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.