El domingo anterior celebrábamos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de la vida íntima de Dios. Hoy celebramos cómo esa vida se nos comunica a nosotros a través de la Eucaristía. Jesús nos da el cuerpo y la sangre que han sido ofrecidos a Padre por nosotros. En el sacramento de la Eucaristía encontramos al Señor que ha pasado por la muerte y ha resucitado. No devoramos un cadáver sino que somos alimentados por Quien vive para siempre.En este Año de la Fe el Papa Francisco nos ha invitado a todos a unirnos en la adoración eucarística, hoy a las cinco de la tarde. Es un gesto en el que manifestamos nuestra fe en la presencia real del Señor en el Sacramento, y también nos ayuda a visibilizar como la Eucaristía nos une en un solo cuerpo, la Iglesia.
La Eucaristía es un caudal incesante de dones: es Jesús dándose completamente. Eucaristía y cruz se iluminan mutuamente. Entendemos el don perfecto del calvario y su valor infinito que no llegamos a asimilar totalmente por más veces que comulguemos: en el Sacramento está Jesús con toda su vida y su amor.
El Evangelio, simbólicamente, nos presenta la Eucaristía como el único alimento que puede saciar el hambre de los hombres. Ninguna realidad creada puede satisfacer el anhelo del hombre. En las palabras que Jesús dirige a sus apóstoles: “Dadles vosotros de comer”, les muestra que no van a encontrar alimento suficiente en el mundo y, al mismo tiempo, que Él es ese alimento que después de Pentecostés podrán distribuir generosamente y hasta el fin de los tiempos.