1.No tiene miedo en acercarse a los más alejados. Con el “no” ya cuenta. Ha de estar dispuesto a nuevas caras, nuevas conquistas por el reino. La intrepidez ayuda. La pereza frena.
2.Ha de sonreír aunque, por dentro, esté llorando. El mérito de una persona no está en nadar cuando las aguas son favorables sino, incluso, cuando ha de ir contracorriente.
3.Se muestra sin tapujos. Ofrece lo que posee. No es cuestión de ser simpáticos sino en, nombre de Aquel que hemos sido consagrados, dar lo que llevamos: el Evangelio.
4.No pone sordina, por vergüenza o temor a ser ridiculizado, las grandes verdades de nuestra fe. El silencio, a veces, nos delata. La sinceridad nos hace grandes.
5.Muestra por fuera lo que dice vivir por dentro. Es un enamorado de su vida sacerdotal. Su rostro, lejos de ser de “perro de dóberman” se presenta afable, optimista, acogedor, complaciente y comprensivo.
6.Habla y deja hablar. Comprende aunque no sea comprendido. Se involucra aunque, su presencia, cause rechazo o enojo, risas o burlas. Cristo supo mucho de todo eso.
7.No se cierra en sus ideas sino que, además, tiene en cuenta las de la Iglesia Universal. Su pastoreo no es un “cuidar lo mío” sino, saber, que mi campo forma minúscula parte una gran extensión de la llanura del Reino de Dios en la tierra.
8.Llora con los que lloran. Se preocupa de las ausencias que, por esto o por aquello, hace tiempo se echan en falta. A veces, por malos entendidos, perdemos ovejas que han de estar dentro de nuestro rebaño.
9.Utiliza todos los medios a su alcance para hacer presente el mensaje de Cristo en medio de su comunidad cristiana. Internet, prensa escrita, radio o televisión son camino válidos (aunque a veces muy contestados) para hacer presente aquello que para nosotros es un gran tesoro: el Evangelio.
10.Pregunta aquello que no sabe y habla cuando, en un tema incluso espinoso, puede aportar luz y verdad. No se calla cuando, esa verdad, puede levantar ampollas y guarda silencio cuando –su opinión personal- puede crear un incendio.
11.Entiende su sacerdocio como servicio y no como un mera profesión. Con todo el respeto que nos merecen los funcionarios, el sacerdote, no es un funcionario de la Iglesia. En todo caso, si lo llegase a ser. sería de ventanilla abierta las 24 horas del día en los 365 días al año.
Papa Francisco