Pídeme lo que quieras”, le dice el Señor a Salomón.Y Salomón le responde: dame un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien. La respuesta es del agrado del Señor.
También a nosotros nos pregunta hoy el Señor: “Pídeme lo que quieras”.
¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Qué le pedimos al Señor en la oración? Salud para nosotros y para nuestros amigos y familiares, trabajo, éxito en los estudios para nuestros hijos …
Todo esto está bien, nos podría responder el Señor. Pero ¿qué es lo que más deseas y anhelas en tu vida? Las parábolas hoy proclamadas pueden orientar nuestra respuesta al Señor. Jesús nos habla del “tesoro del Reino”. Por ese tesoro, uno es capaz de vender todo y dejar todo en la vida. Y además “con alegría”.
¿Cuál es ese tesoro que colma todas las aspiraciones del corazón humano y que es fuente de tanta alegría? El tesoro es Jesús: su persona, su vida, su evangelio, su corazón, su compasión, su proyecto del Reino, su confianza filial e ilimitada en el Padre. El que ha encontrado a Jesús ha encontrado un tesoro. Y “lleno de
alegría”, pone todo a su disposición. La salud: no le importa arriesgarse por hacer el bien y dar vida a moribundos o leprosos, como Teresa de Calcuta o Damián de Molokai; ¡qué alegría se refleja en tantos voluntarios jóvenes y no tan jóvenes que dan gratuitamente parte de su tiempo en hospitales, residencias de mayores o enfermos! Miles y miles y miles de misioneros dejan familia y seguridad para acompañar a
pueblos que viven en la miseria. Todos ellos han encontrado el tesoro. Pídeme lo que quieras. Podemos responder: “te pido encontrar en tí la fuente de la verdadera alegría”; “te pido que me des fuerza para ser
buen samaritano y amigo de todos los que necesiten de mí”. Poner la vida entera al servicio del Reino, como Jesús, es lo más grande y maravilloso de la vida. Por Jesús y por prolongar su misión en la tierra, vale la pena arriesgarlo todo. “Señor, que encuentre en Ti el tesoro de mi vida”
Miguel Diaz. ss.cc.