Queridos jóvenes, en este tiempo el Señor cuenta con ustedes. Él entró en su corazón el día de su bautismo; les dio su Espíritu en el día de su confirmación; y les fortalece constantemente mediante su presencia en la Eucaristía, de modo que puedan ser sus testigos en el mundo. ¿Están dispuestos a decirle «sí»? ¿Están listos?
Permítanme que les ofrezca tres propuestas para ser testigos auténticos y gozosos del Evangelio. Piensen en ellas y traten de que sean su regla de vida.
Primera, confíen en la fuerza que Cristo les da. Nunca pierdan la esperanza en la verdad de su palabra y en el valor de su gracia. Ustedes han sido bautizados en su paso de la muerte a la vida, y confirmados en la fuerza del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. Nunca duden de este poder espiritual.
Segunda, permanezcan cerca del Señor con la oración cotidiana. Adoren a Dios. No se olviden de adorar al Señor. Que su Espíritu inflame su corazón y los ayude a conocer y cumplir la voluntad del Padre. Reciban alegría y fuerza de la Eucaristía. Que su corazón sea puro y bien orientado mediante la recepción regular del sacramento de la penitencia. Quisiera que ustedes tomasen parte activa y generosa en la vida de sus parroquias. Además, no descuiden el Evangelio del amor, de la caridad, tratando de participar lo más posible en iniciativas de caridad.
Finalmente, rodeados de tantas luces contrarias al Evangelio, les pido que sus pensamientos, palabras y acciones, estén guiados por la sabiduría de la palabra de Cristo y el poder de su verdad. Él les enseñará a valorar bien todas las cosas, y a conocer día a día su proyecto de vida para cada uno de ustedes. Si los llama a servirlo en el sacerdocio o la vida religiosa, les dará la gracia de no tener miedo a decir «sí». Él les mostrará el camino hacia la auténtica felicidad y a la verdadera plenitud.
Ahora me debo ir. Espero contar con su presencia en estos días y hablar de nuevo con ustedes cuando nos reunamos el domingo para la Santa Misa. Mientras tanto, demos gracias al Señor por el don de haber transcurrido juntos este tiempo, y pidámosle la fuerza para ser testigos fieles y alegres de su amor en todos los rincones de Asia y en el mundo entero.
Que María, nuestra Madre, los cuide y mantenga siempre cerca de Jesús, su Hijo. Y que los acompañe también desde el cielo san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Con gran afecto, les imparto a todos ustedes mi bendición.