Los expertos de la Ley tienden una nueva trampa a Jesús. Le ponen en el aprieto de tener que elegir entre los más de seiscientos preceptos de la Ley, cuál de ellos es el más importante. Ante la pregunta, Jesús no duda un instante:: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Éste mandato es el principal y primero. A renglón seguido añade: El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Aquí está la gran originalidad que aporta Jesús: que fusiona en uno solo el amor a Dios y el amor al prójimo. Para Jesús, Dios y el hombre son inseparables. Un seguidor suyo no puede decir que ama a Dios si no ama a su hermano. Con toda claridad lo expresa san Juan: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Si realmente se ama a Dios, automáticamente se ama al hermano; y si de verdad se ama al prójimo, se está amando a Dios aunque uno no tenga conciencia de ello.
La semejanza entre los dos mandamientos tiene su origen en el mismo corazón de Dios que es, como cantan los salmos, entrañable y afectuoso con sus criaturas, compasivo y misericordioso con todos, lento a la cólera, rico en piedad y leal; por eso, Jesús nos recomienda: “Sed misericordioso como vuestro Padre es misericordioso”. Jesús pasó por la vida anunciando y derramando bondad y ternura de Dios. El Papa nos habla de la “revolución de la ternura”: “Se ignora la revolución de la ternura que provocó la Encarnación” (Discurso del Papa al CELAM en JMJ de Río).
Jesús, en el programa de las Bienaventuranzas que propone a sus seguidores, proclama: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7).
Con frecuencia devaluamos las palabras y les hacemos perder su fuerza original. Misericordia, en la Biblia, es el amor, la bondad, la fidelidad y la ternura que necesariamente se traducen en acciones de ayuda, de compasión, de comprensión y de cercanía para con el hermano, especialmente con el que sufre. El Evangelio narra que Jesús al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor.