El evangelista san Mateo escribe: Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Más yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre de los cielos que hace salir el sol sobre los buenos y malos y hace llover sobre los justos y pecadores, porque si amáis a los que os aman y saludáis únicamente a vuestros hermanos, ¿qué mérito tenéis? ¿No hacen esto los publicanos y los gentiles? Sed perfectos, pues, como vuestro Padre del cielo es perfecto (Mt.5, 43-48).
Palabras que Jesús de Nazaret pronunció en el célebre discurso del Sermón de la Montaña para enseñarnos que los cristianos no solo tenemos que amar y hacer bien a nuestros amigos, sino que también tenemos que amar y hacer el bien a nuestros enemigos, porque los amigos y los enemigos son hijos de Dios Padre, que hace salir el sol sobre los buenos y malos sobre justos e injustos. Para los escribas y fariseos, el prójimo eran las personas judías a las que había que amar, y los enemigos eran las personas de los demás pueblos paganos, incluidos los samaritanos, a los que hay que odiar
Para ello les expone el caso y ejemplo del Samaritano que San Lucas escribe en su Evangelio: Un doctor de la Ley mosaica le dijo a Jesús de Nazaret para tentarle: ¿Maestro que es lo que tengo que hacer para conseguir la vida eterna. Le respondió: ¿que está escrito en la Ley?, ¿cómo lees? Le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Le dijo: has contestado bien, haz esto y vivirás.
Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó junto a él, y al verlo se compadeció, se acercó y vendó sus heridas después de ungirlas con aceite y vino. Lo montó en un caballo, lo llevó a una posada a su cuenta y cuidado.
Los samaritanos eran una mezcla de israelitas y asirios, que practicaban el culto a Yavet y a los dioses asirios, admitían la Ley mosaica, e intentaron unirse a los judíos, pero fueron rechazados Por las autoridades judías, Zorobabel y Nehemías. En vista de ello, Manasés, hijo del sumo sacerdote Yoyadá, edificó un templo propio en el monte de Garizím para dar culto a Yavet, lo que dio lugar al nacimiento de una gran enemistad entes judíos y samaritanos, porque para los judíos no hay más templo de Yavet que el de Jerusalén