Salir de uno mismo es ser misionero. Cruzar nuestras propias fronteras, dejando de lado las comodidades que nos llevan a una vida de desgano, de mediocridad, de queja continua. Es mirar a nuestro alrededor a los hermanos que sufren y que viven alejados de las relaciones humanas, en soledad, discriminados.
Es el contacto con el otro que me hace crecer y padecer precisamente las necesidades de los demás. Es lo que Jesús pidió a sus “pescadores” de hombres: el encuentro con el otro para amar, dando y recibiendo.
Los misioneros pueden ser modelos a los que imitar. Ellos han sabido bien salir de si mismos, para ir al encuentro del otro, del hermano, del que sufre y necesitado, del que no conoce el Amor de Dios.
Que el Espíritu nos invite a ser misioneros y nos lleve donde quiera para atender a quiénes más pueden necesitarlo.
P. Dante De Sanzzi
OMP Argentina
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