Desde la Delegación de Misiones de Santander, deseamos resaltar la figura de un cántabro ilustre, don Gerardo Villota; quien puso los fundamentos para la creación del Seminario de Misiones Español.
Lo hacemos con motivo del CENTENARIO del Seminario Nacional del Misiones, hoy es lo que llamamos el IEME: el Instituto Español de Misiones Extranjeras. De forma coloquial y para que todo el mundo pueda entenderlo de modo sencillo, sería la forma que los sacerdotes diocesanos tenemos (de forma más organizada) para servir a la iglesia en las misiones.
La explicación de la figura de don Gerardo Villota, la hago de la mano de un sacerdote de nuestra diócesis muy querido por todos, miembro del IEME, y misionero recientemente llegado de su labor pastoral en Cuba, es don Anastasio Calderón, quien actualmente sirve a nuestra iglesia diocesana como capellán en el Cementerio de Ciriego. Es a él a quien tenemos que agradecer que nos acerque la figura de don Gerardo y de las misiones.
Panorama previo.
Hay historias que no se deben quedar en el olvido. Este es el caso del presente relato (1), pues recuperado de la historia y leído con espíritu de fe, puede servir para que el Señor suscite nuevos misioneros en nuestra Diócesis, que falta nos hacen.
Muchos conocemos a santa Josefina Bakhita por la hermosa película que relata su vida brutalmente martirizada. Radiotelevisión Italiana la tituló: Bakhita, y fue estrenada con motivo de su canonización, celebrada por san Juan Pablo II, el 1º de octubre del 2000. Sin duda, otros muchos irán conociendo a esta valiente mujer africana, pues el papa emérito Benedicto XVI destacó el significado de su conversión a Cristo, de su vida posterior de consagrada en la Congregación de las Canosianas y de su gran ardor misional. En la encíclica Spe Salvi, el papa resalta precisamente este ardor apostólico ya que desde que emitió sus votos el 8 de diciembre de 1896: “intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había redimido no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos”.
Este mismo celo apostólico que movió a Bakhita impulsó el espíritu sacerdotal de don Gerardo Villota Urroz. Nacido en Santoña el 3 de octubre de 1839, y falleció a los 67 años en Burgos el 22 de noviembre de 1906. Por esto, me ha parecido interesante evocar con él a santa Josefina Bakhita. Además fueron contemporáneos, aunque ella era mucho más joven que él. Y puede ser interesante ver un cierto paralelismo en el empeño misional de ambas vidas.
Josefina Bakhita nació en Darfur, aproximadamente en 1869. A la edad de nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada repetidas veces, y vendida hasta por cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era nuevamente azotada hasta sangrar; y como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices en la redondez de su espalda. Por fin, en 1882 la compró un mercader italiano para su cónsul Callisto Legnani que volvía a Italia. En tierra italiana conoció al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Oyó decir que era el Señor por encima de todos los dueños, el Señor de los Señores, y que este Señor era bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía a ella, y la había creado; más aún, que la quería con tierno amor. Así comprendió que era amada, y precisamente por el Señor supremo. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado como ella, y tratado como un esclavo; y ahora él mismo la esperaba “a la derecha de Dios Padre”.
No cabe duda que los desvelos misioneros y misionales de don Gerardo le dejaron variadas cicatrices tanto en su cuerpo y como en su espíritu; es por eso que resalto un cierto paralelismo en ambas vidas. Pues en España, una esperanza similar, a la de Josefina Bakhita en Italia, movió el corazón de don Gerardo Villota, servidor, que fue, de la misión universal de la Iglesia durante la segunda mitad del siglo XIX.
Lo que movía la tarea apostólica de este sacerdote era la misma voz que escucharon y recibieron los apóstoles de Jesús resucitado en el monte de Galilea: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,..”. De este mandato del Resucitado procede la labor misionera de la Iglesia, y la de los mejores de sus miembros, en los dos milenios, ya largos, de su historia. Y también en ese mandato misionero se encuentra la gesta evangelizadora realizada en América, llevada adelante por la Iglesia española, principalmente en los siglos del XV al XVII.
Don Gerardo tuvo que vérselas con la apatía misionera de aquel siglo XIX y nosotros tendremos que superar las incómodas contradicciones que padecemos precisamente por las grandes comodidades que nos ofrecen los diversos adelantos tecnológicos y digitales, en este comienzo del siglo XXI. Además ahora estamos afectados, como el resto del mundo, por la llegada del Covid-19. Pero las contrariedades, del tipo que sean, nunca deben paralizar a los que se dejan mover por el Espíritu de Jesús. Más bien las dificultades del Covid-19 nos deben servir de estímulo misionero. Pues esta pandemia ha cuestionado las bases de nuestra civilización y en este sentido se descubren las carencias evangélicas que le aquejan. Ciertamente estábamos en los días de la llamada 4ª revolución tecnológica; las posibilidades telemáticas habían hecho de la tierra una aldea global; pensábamos que con la inteligencia artificial íbamos a transformar al ser humano; y ya se ensayaban proyectos transhumanos y posthumanos que evitarían la muerte,… pero, de pronto, nos vemos frágiles hasta el extremo.
También queríamos superar el sufrimiento o eliminarlo con la eutanasia. La verdad objetiva había sido suplantada por la opinión del individuo según sus propios intereses; y además el constructivismo afloraba por la derecha y por la izquierda. Nos habíamos contemplado omnipotentes, y de nuevo constatamos nuestra vulnerabilidad. El activismo, las drogas, la pornografía, los vientres humanos de alquiler, las ludopatías y cosas similares, ocultaban los desafíos esenciales del ser humano. Ahora percibimos que el sufrimiento y la muerte se vuelven despertadores de nuestra condición más esencial. Ojalá esta lamentable situación sea, también, la ocasión para revivir en nosotros el amor generoso que tenemos dormido. Es evidente que el individuo en solitario no puede librarse de esta gran crisis, ni siquiera lo hará una sola nación, ni tampoco el continente aislado. Por esto, la misión universal de Jesús resuena con fuerte eco en el espíritu de los cristianos que perciben un gran acicate misionero ante las carencias que ha destapado el Covid-19.
Ha llegado la hora de preguntarnos: ¿Debe el mundo buscar un progreso digno del ser humano? En las bases de una nueva sociedad, que sea humana ¿no debe estar la familia como sujeto nuclear de la misma?; y ¿no se hace necesario respetar a los pueblos, con su religión y con su cultura, que aman la vida y la salud como un bien básico para todos? La dictadura del relativismo que invade nuestra cultura con una antropología mecanicista, ¿no nos oculta la verdad y el bien que debe regir el resurgir de la entera familia humana? Ya el filósofo Xavier Zubiri (1898-1983) había enseñado que toda persona es esencialmente un ser re-ligado. ¿Volverá Dios a la pantalla de nuestra vida, con ocasión de esta pandemia? Nuestro mundo lleva mucho tiempo enfermo de fraternidad. Hace pocos días me recordaba, en una de sus cartas, un amigo misionero: “8.500 niños mueren al día de hambre en el mundo. La vacuna se conoce: se llama comida. ¡Existe, pero no se les proporciona”.
El hambre, la guerra, las emigraciones masivas y sin control, forzadas por un ecosistema gravemente dañado, la ciencia autosuficiente, la economía autónoma que pretende prescindir de toda moral, la corrupción generalizada, la conciencia hedonista e insolidaria, la cultura de la muerte que propone como legal el aborto y el suicidio asistido con la eutanasia, y una fe relegada a la esfera de lo individual con un trascendentalismo sin incidencia en la vida social, son virus que han producido millones de muertos, y supuran como llagas putrefactas. Los gastos militares de los países más ricos de la tierra, han vuelto a crecer por tercer año consecutivo. La cifra de los mismos, en el 2019, ha superado los 1,75 billones de euros; la mitad corresponden a EE.UU y China, y, prácticamente, la otra mitad se la reparten los miembros de la OTAN.
La pandemia del Covid-19, ¿no debería poner fin a un progreso exclusivo de los países ricos, pero egoísta por no compartido? Esta crisis generalizada, que afecta a países pobres y ricos, debería servir para presentar proyectos realistas que tuvieran en cuenta, los problemas comunes y básicos que afectan a toda la humanidad. Ojalá en esta ocasión, no se vuelvan a repetir aquellas tristes palabras del escritor italiano, de origen judío sefardí que fue uno de los pocos sobrevivientes del Holocausto: “No hemos salido ni mejores, ni más sabios”. ¿Buscarán los políticos en la verdad, y de verdad, la justicia y el bien común global? Hoy, la gente de buena voluntad y sobre todo nuestros jóvenes cristianos tienen ante sí un gran reto: dar sentido universal a las vías de solución que se propongan para el restablecimiento de una nueva humanidad. He aquí un gran acicate misionero para los cristianos. Todos estos proyectos socio-económicos deberán ser pensados y hechos por todos, y para el bien integral de todos. En realidad nuestra humanidad es la única familia extendida de los hijos de Dios. Procede del paraíso terrenal, y está siendo encaminada por Jesús, el Señor resucitado, a su punto omega donde todo será vivificado. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén… El Resucitado, también hoy, sigue mostrando la señal de sus llagas. Es la forma que tiene de invitarnos, por amor, a una labor llena de generosidad, que supere incluso ingratitudes y desprecios, ya que se trata de acoger el sufrimiento de los demás como propio. Ante situaciones parecidas a las actuales el papa Benedicto hacía esta pregunta el 30 de noviembre de 2007 en su carta Spe Salvi: ¿Acaso no hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo, precisamente en el momento de la historia actual, que allí donde las almas se hacen salvajes no se puede logar ninguna estructura positiva del mundo? Dejemos que las heridas de Jesús de Nazaret, también reflejadas en los desheredados, nos vayan curando en su amor, mientras levantamos ese mundo nuevo que desea nacer. El Covid-19 está grávido de un aliciente misionero.
Acércate a don Gerardo.
Don Gerardo habría cumplido, en este octubre que pasó, 181 años, era, por tanto, un sacerdote del siglo XIX, pero la apatía misionera de la Iglesia en España en esos días no le hacía olvidar las gestas misioneras de los siglos anteriores. Conocía y tenía presente a figuras señeras que la posibilitaron o la hicieron realidad. Sin duda eran valorados ante su mirada personas como: Ramón de Penyafort (Santa Margarita y Monjós 1175-1275 Barcelona), Raimundo Llull (Palma 1232-Mar Mediterráneo 1316), Vasco de Quiroga (1470 Madrigal de las Altas Torres-1565 Méjico), Bartolomé de las Casas (1484 Sevilla-1566 Madrid), Juan de Ávila (Almodóvar del Campo 1499-Montilla 1569), Francisco Javier (1506 Javier-1552 Isla Shanchón),Toribio de Mogrovejo y Robledo (Mayorga 1538-1606 Perú), Juan Palafox y Mendoza (Fitero 1600-Burgo de Osma 1659), y Juan Bautista Vives i Marjá (Valencia 1545-Roma 1632). Incluso tenía presente a Juan Bautista Vives quien propuso, ya en 1626, la creación de un colegio misionero bajo la gestión de Propaganda Fide. El colegio llevó el nombre de Urbaniano, pues fue erigido por el papa Urbano VIII. Este colegio se dedicó a los seminaristas europeos enviados a la misión universal. Eran seculares, no religiosos, pero aún no considerados netamente diocesanos, como miembros de un presbiterio. La tarea misionera de la Iglesia, en los dos mil años de evangelización, ha sido y sigue siendo como un gran tapiz de numerosos hilos. Serían de aplaudir aquellos estudios histórico-teológicos que pudieran entresacar, en nuestros días, el hilo verde y esperanzador del aporte específico de los sacerdotes diocesanos; no cabe duda que se incrementaría así la variedad y riqueza de la vida eclesial del pueblo de Dios, pues esto es lo que anidaba a don Gerardo.
Lo que don Gerardo Villota llevaba en su corazón como su proyecto original, lo conocemos nítidamente porque quedaría plasmado en su testamento (2) y en los numerosos escritos de puño y letra que lo corroboraban. Don Gerardo era de frágil salud, y sabía que no podía aspirar a cruzar los mares y exponerse a climas inhóspitos. Pero sentía dentro, irresistible, “la aspiración natural de todo cristiano que reza ¡Venga tu reino!”. Con esta sencilla espiritualidad del padrenuestro se dedicó a promover en los seminarios diocesanos el espíritu misionero, que debe alentar a todo presbítero.
Cuando estuvo de cura ecónomo, en 1871, en la parroquia de Santa Lucia, sita enfrente de la bahía de Santander, pudo tratar con muchos viajeros que venían de Cuba, y contaban el abandono espiritual y las quejas de los “laborantes”, desde entonces lanzó una exclamación que nunca se borraría ya de su alma: “¡Hay que hacer algo! Lo menos que deberíamos dar a los cubanos es sacerdotes ejemplares y celosos”. Ese espíritu apostólico se avivó e ilustró con la lectura de Revistas Misionales que este sacerdote culto leía y encuadernaba cuidadosamente, incluso había traducido ya varios libros del francés y del italiano; y, también, en los viajes que, con su débil salud a cuestas, hizo a Tierra Santa, con escala en Roma, así como a Burdeos, donde estuvo varias veces, y en muchas regiones de España. En estas lecturas y esos viajes mostró un interés especial por conocer el Seminario de Misiones de París y otros dependientes de Propaganda Fide para el clero secular. Estando ya en Burgos, tomó cuerpo su espíritu misional en las iniciativas que emprendió y en los entusiasmos que gastó por promover en todas las parroquias de aquella diócesis burgalesa, desde su puesto de secretario de Cámara, la Obra Misional de la Propagación de la Fe. Bien puede ser considerado el primer gran propagandista en España de las OMP.
Este espíritu apostólico se le desarrolló también, en una tarea inesperada que, a petición de su amigo el obispo José María Cos Macho (nacido en Terán-Cabuérniga y preconizado en 1889 arzobispo de Santiago de Cuba.), realizó con esmero y eficacia: reclutar seminaristas que estuvieran dispuestos a terminar sus estudios en Cuba y ejercer allí su apostolado. Todas estas experiencias se conjugaron en el corazón de nuestro canónigo Villota y, al conjuro de la leyenda de su escudo familiar: “Villota, e por qué no” o, lo que es lo mismo, de una frase suya que le retrata: “los valientes a todo se atreven, los cobardes en todo temen”, desembocaron en una pregunta insistente: ¿Por qué el clero secular de España ha de seguir adormecido sin contribuir también directamente a la obra misionera de la Iglesia? Ahora que los seminarios diocesanos, de fines de siglo, andan sobrados de vocaciones ¿será temerario intentar en España un Seminario de Misiones como los que en otras naciones europeas ha establecido el clero secular? ¿Por qué no intentarlo?
Calamitosa era la historia de España, en tantos aspectos, en el siglo XIX, y lo fue también en la proyección misionera de los cristianos españoles, especialmente en estos años finales del siglo. De ello dejan constancia unas frases de la revista Las Misiones católicas, órgano de la “Obra de la Propagación de la Fe” en aquellos días de 1886:“En España, al contrario de lo que sucede en Alemania y Francia, las misiones católicas están desatendidas y el Gobierno actual se incauta de parte de sus fondos para llevarlos al Tesoro Público, como si no fuera bastante el olvido en que se las tiene. Esta indiferencia, hija tal vez de nuestro temperamento, no tiene justificación”. Y si nos fijamos en las colectas misionales que se hacen en estos años constataremos algo parecido. La revista citada decía en 1881: poco más de 9.000 francos, frente a los 60.000 recaudados en la “pequeña, pobre y casi protestante” Suiza, y los 4 millones y medio de Francia. Y se preguntaba: “¿Será que nuestra desidia nos impide ocuparnos en todo lo que sea organizar algo, y ocuparnos en otra cosa que nuestras discordias personales y luchas intestinas?”. Ante estos datos, cualquier noble persona queda sobrecogida por un lacerante lamento.
Había en Roma, ya en el año de 1898, bajo la dirección de Propaganda Fide, varios colegios destinados a la formación misionera: el colegio germánico, el teutónico, el inglés, el Pío inglés, el irlandés, el escocés, el polaco, el ilirio, y el grecoruteno, entre otros. Estos Institutos Misioneros que se fundaron y se desarrollaban florecientes, en el siglo XIX, contrastan, también, con la situación de España. A don Gerardo le cautivaba el esplendor que se vivía en el Seminario de Misiones de Paris, fundado en marzo de 1663, y las Obras Misionales nacidas en aquella tierra. La Obra de la Propagación de la Fe nacida en 1822, pudo ser establecida en España en 1839, pero no tardó en ser suprimida por el Gobierno del General Espartero en 1841; y solo se restableció en 1884. El propósito de estas Obras era fomentar el espíritu misionero de los fieles. La carencia de las mismas o su débil existencia nos permiten calibrar mejor lo esterilizantes que fueron, también en este punto, las interminables discordias y guerras internas de los españoles en el siglo XIX. El espíritu misionero se hizo raquítico, incapaz de forjar y acoger iniciativas creadoras, quedando confinado a sectores reducidos de las Órdenes Religiosas. Y apenas existían dos revistas misionales, Las Misiones Católicas y Los Anales, y con muy pocas suscripciones.
En este ambiente esterilizante don Gerardo Villota Urroz, hizo el lanzamiento de un Seminario de Misiones para el clero secular de España. Fue una innovación creativa pero incomprendida, a la que se le hizo el vacío en la Iglesia española de finales del siglo XIX. Este sacerdote secular de la diócesis de Santander, en el momento de hacer este lanzamiento era canónigo de la catedral de Burgos. Don Gerardo era el cuarto hijo de una familia de ilustre abolengo, asentada en casa fuerte Torre de la Iseca, en el valle de Guriezo (Santander). Desde su niñez se inclinó al sacerdocio. Hizo sus estudios eclesiásticos, sucesivamente, en Burgos, Corbán (Santander) y Valladolid. Y fue ordenado sacerdote por el obispo de Santander en la capilla del Seminario diocesano el 21-XII-1864. Pasó a ser cura ecónomo de Torrelavega, y después profesor y superior de seminario de Corbán. Cuando su amigo el comillés Saturnino Fernández de Castro fue nombrado obispo en 1875, se lo llevó como secretario de Cámara a León y desde allí, a los ocho años, a la archidiócesis de Burgos, de cuya catedral le hizo canónigo en 1884. A los dos años, inesperadamente, su amigo el obispo Saturnino murió. Entonces, don Gerardo abrió una nueva etapa en la que maduró definitivamente su proyecto misionero, que quedó plasmado en su testamento. Su testamento tiene mucho valor para conocer con claridad el espíritu misionero de su corazón sacerdotal. Son llamativas algunas cosas que quedaron como cláusulas en ese documento:
La originalidad del testamento de don Gerardo se encuentra en el punto 8º, que debe resaltarse, pues en él lega todos sus bienes al arzobispo de Burgos “para que los emplee en la instalación de un Colegio Eclesiástico de Ultramar y que podría llegar, con el favor de Dios, a ser base de uno de Misiones Extranjeras o entre infieles”. Las cláusulas restantes reflejan la sobriedad, sencillez y piedad de un hombre bueno, prudente y tesonero. Al final hizo una salvedad, por si se intentara cambiar la finalidad del legado. En ese caso toda su herencia debería pasar al pariente más próximo de entre los Villota, que debería ordenarlo todo a la finalidad principal querida por el testador.
Con todos estos detalles se muestra a las claras que don Gerardo, licenciado en Sagrada Teología, no tiene en la mente, de ninguna manera, dos seminarios y ni siquiera dos secciones diversas, sino sobre todo un seminario de misiones entre infieles, dependiente de la Congregación de Propaganda Fide. Y durante el resto de su vida nunca cejará en su empeño ni rebajará este ideal. Y su finalidad es clara: quiere establecer este seminario de Misiones Extranjeras para que también el clero secular español, al estilo de otras naciones cristianas de Europa, pueda contribuir directamente a la expansión del evangelio, siguiendo el mandato del Señor.
Si comenzó con un Colegio que debía dedicarse a formar buenos sacerdotes seculares para enviarlos a las diócesis de Ultramar, eso no fue nada más que un escalón más factible en la situación de aquellos días para posibilitar el inicio de su objetivo principal: las “misiones vivas”, hoy diríamos misión ad gentes.
A lo largo del siguiente 1897 don Gerardo escribió muchas cartas insinuando su proyecto a muchos y distintos obispos y también a amigos, tanto de dentro como de fuera de España. Destacan las que escribió a los obispos de las Antillas (Cuba y Puerto Rico), todavía colonias españolas, en esos días. Tanto el obispo de Puerto Rico, como el de La Habana, fueron los primeros en responderle y en animarle. Veamos unos párrafos de la carta del obispo de Puerto Rico, fray Toribio Minguella, riojano, misionero agustino: “Enterado con gusto de la que tuvo a bien dirigirme con fecha 1º de julio (1897) sobre creación de un Seminario en esa ciudad para proveer de sacerdotes a estas diócesis, debo manifestarle que me agrada el pensamiento y lo aplaudo, porque responde a una necesidad real”.
Interesante es también la respuesta, con fecha 10 de agosto, que le envió el obispo de La Habana, Manuel Santander Frutos: “A su debido tiempo recibí la suya muy apreciada del 1º de julio y el proyecto de Seminario para las Antillas que tuvo usted a bien remitirme pidiendo mi parecer. Examinado todo y consultado, aquí nos parece muy bien. En este país hay pocas vocaciones al estado eclesiástico…”. Es bueno anotar que el obispo Manuel Santander, vallisoletano de nacimiento, fue preconizado obispo de La Habana el 17 de marzo de 1887, se malquistó con la Corte española por su actitud durante la guerra de Cuba, y tras la cesión de la soberanía española, puso su cargo a disposición de la Santa Sede, la cual, tras algún tiempo, admitió su renuncia. Murió en la mayor pobreza en Madrid el 14 de febrero de l907.
También a otras instancias más cercanas acudió, entre las que abundan las desconfianzas y los pesimismos. Para algunos de estos pesimistas lo normal era que los que deseen ser misioneros se hagan religiosos, así lo piensan y así se lo escriben. Otros le indican que crear un nuevo Seminario con los fines que propone, es muy arriesgado y que por el momento bastaría con abrir una sección en el Seminario de la Diócesis. A este respecto es bueno copiar lo que recoge en su obra, Temple de Apóstol, su biógrafo don Cesar Ruiz Izquierdo, de un alto cargo de la Jerarquía de la Iglesia española, con quien coinciden otros muchos: “No entrará ninguno y se perderá el coste de la casa que se compre y se dedique para Colegio, y después no valdrá ni la mitad. Podría hacerse un ensayo en el Seminario Diocesano con becas ad hoc”. El citado don Cesar Ruiz hace constar que, a pesar de todo, sí contó con el apoyo de su amigo el burgalés Santos Zárate, obispo de Almería, que siempre le aprecio y animó. Y, también, entre los presbíteros deja constancia del apoyo recibido de dos personas: el padre Camilo Fernández de Castro, jesuita de la Universidad de Comillas, y Don Andrés Manjón, el ilustre educador de las escuelas del Ave María.
A pesar del poco apoyo recibido, don Gerardo hizo publicar en agosto de 1897un edicto en el Boletín Eclesiástico de Burgos, ofreciendo dos becas a seminaristas teólogos de cualquier diócesis española que se hallen dispuestos, luego de ordenarse, a pasar a la isla de Puerto Rico, donde habrán de ejercitar su apostolado, al servicio del obispo de allí, por espacio de 15 años. Los Boletines Eclesiásticos se repartían a todas las diócesis y los periódicos locales reproducían noticias de este tipo. La reacción a esta oferta hizo que don Gerardo recibiera muchas cartas de seminaristas solicitando esas ayudas y en ella llama la atención la pobreza extrema en que viven muchas familias, y la casi ausencia de motivos apostólicos de los solicitantes.
Ya el 1º de octubre de este año, al comenzar el curso escolar, estaban adjudicadas esas dos primeras becas, y los dos seminaristas que las recibieron llegaron a ordenarse de presbíteros, en 1900 y en 1903, respectivamente, y los dos viajaran un día a Chile. Estos primeros teólogos vivían internos en el Seminario diocesano de San Jerónimo y habían firmado ya su compromiso de servir, como presbíteros, por quince años en las Antillas. Ese año en vísperas de Navidad don Gerardo contó con un regalo del arzobispo que le prestaba “para las vacaciones de los alumnos el palacio y la huerta de Arcos”. En el nuevo ambiente misionero de la diócesis de Burgos algo se estaba moviendo. Con su tesón hizo revivir la Obra de la Propagación de la Fe y volvió a hacer un llamado, en el Boletín Eclesiástico, para su extensión a todas las parroquias. Don Gerardo debe estar feliz, ya que tenía “el honor de ser fundador en Burgos de la Obra” según el mismo dejó escrito en Los Anales el 24 de enero de 1897; al mismo tiempo pidió y obtuvo de su arzobispo “las gracias especiales que se conceden a los sacerdotes bienhechores de la Obra de la Propagación de la Fe”. Esas gracias especiales, en aquellos días, eran: facultad de altar privilegiado tres veces por semana, y poder aplicar indulgencia plenaria a los fieles moribundos, entre otras. Y siguió ayudando a la formación de los socios, en esta importante obra misional, haciendo que les llegara puntualmente, y bien traducida, la revista Anales de la Propagación de la Fe, editada en Lion y París.
Don Gerardo el 26 de julio 1898, año del hundimiento del imperio español y de la independencia de Cuba, hizo publicar en el Boletín Eclesiástico dos becas más para teólogos, y se añade una tercera beca con estas concretas indicaciones muy sintomáticas: “También se dará otra beca entera entre los que… se sientan inclinados a ejercer el ministerio sacerdotal en un país extranjero, poniéndose a disposición de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide de Roma, la cual en su día ha de señalarle el lugar de su ministerio…”. Los solicitantes ya no deben dirigirse al arzobispo de Burgos, sino al fundador de las becas con esta dirección: Calle Santa Águeda, nº 4, piso 1º, Burgos. Aquí, precisamente, funcionará el Seminario de Misiones, y con esta tercera beca queda ya iniciado. Ciertamente en el ambiente, casi adverso en que se vive, es una innovación original y atrevida.
Don Gerardo elaboró el reglamento del Colegio de Ultramar y compró un edificio para Colegio. Este edificio tenía capacidad para 30 alumnos; insuficiente comparado con los seminarios similares de otras naciones, pero era un buen local para iniciar en toda regla su propósito en un ambiente general tan raquítico.
De inmediato notificó de la compra del edificio al arzobispo y le rogó su autorización para dedicarlo a la realización más plena de sus propósitos misionales. El arzobispo le confirmó lo pedido por carta de don Manuel Rivas, su secretario, el 10 de noviembre, de la que entresacamos estas líneas: “Le autorizamos de buen grado para dedicar la casa… a colegio eclesiástico gratuito…para candidatos a Ultramar o lugares análogos…bajo los estatutos y reglamentos que presentará… Es de alabar su celo y generoso desprendimiento”. Y como sus propósitos eran claramente misioneros, a los diez días, el 20 de noviembre, se dirigió a la Congregación de Propaganda Fide dándole clara cuenta y solicitando su aprobación para este modesto inicio y proyecto de un Colegio de Ultramar y de Propaganda Fide. Lo hizo en estos términos: Con la venia y aprobación de mi Arzobispo compré una casa que la dedico a que sea, con el favor de Dios, Colegio Eclesiástico de Ultramar y de Propaganda Fide… Estoy manteniendo con mis recursos a algunos jóvenes teólogos residentes en el Seminario Conciliar. Hay entre ellos uno que se cree con vocación a las misiones de Propaganda Fide y, puesto que, al hablar de estos tales, dice la regla del Colegio que “a su ingreso, dichos jóvenes han de ponerse a las órdenes de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide de Roma”, con muchísimo gusto doy cumplimiento a esta prescripción, pidiendo humildemente: 1º, la venia y aprobación de su Eminencia para dicho proyecto; 2º, las instrucciones y mandatos que tenga a bien darme con respecto a los alumnos aspirantes a las misiones extranjeras, tanto para el tiempo de su ingreso en el Colegio como para cuando hayan terminado sus estudios teológicos; 3º, su benevolencia y ayuda para superar las dificultades que, sin duda, habrá de sobrevivir.
Roma antes de contestar quiso informarse, pidiendo informes al arzobispo. La carta enviada a Roma por el arzobispo fue decisiva para la respuesta. La Sagrada Congregación de Propaganda Fide, no descubrió las iniciativas misioneras de don Gerardo y no las apoyó, seguramente porque quien no estaba claro era el propio arzobispo de Burgos que sin duda, por lo que dice la carta, fue consultado y su criterio fue decisivo para la negativa de la Congregación, pues en su carta, recibida el 16 de diciembre, consta lo siguiente: “...Ciertamente no oculto que prosigas adelante en ese tu laudable propósito. Sin embargo, bien miradas las circunstancias, parece más oportuno que pidas el parece de tu Arzobispo y que, todo lo que el Prelado, según su prudencia, quiera sugerirte en ese asunto, lo intentes llevar a la práctica con todo empeño”.
Necesitaría don Gerardo fortaleza cristiana y buen temple misional para encajar adecuadamente esta respuesta; estaba pidiendo ayuda a la Congregación para ampliar el corazón misionero de la diócesis, pero no encontró la ayuda esperada.
También en lo político-cultural corrían vientos contrarios. El 10 de diciembre, se firmó “El Tratado de Paris” en el que España dio por finalizadas sus pretensiones sobre Cuba, que declaró su independencia. Y la “generación del 98” culpa, en estos mismos días, de todos los males que se dan en nuestro suelo al catolicismo cerrado de la Iglesia española. Por eso ellos se dedican con ardor a temas filosóficos, morales y sociopolíticos exaltando, con una actitud anticristiana heredada de Nietzsche, al superhombre, y promoviendo un deísmo y agnosticismo anticlerical. Urge una regeneración, pero es claro que también esta será ambivalente según quien la promueva. Se acabó así el año 1898 en el que, el 4 de abril, también don Gerardo había sido nombrado por el cabildo de Santander como “compromisario para la elección de senadores por la provincia eclesiástica de Burgos”. De esta tarea él ya había dado cumplida cuenta en carta fechada el 10 del mismo mes
Para abrir boca en los seminarios diocesanos de España don Gerardo publicó en la revista Las Misiones Católica, el 14 de enero de 1899, el próximo establecimiento de un Colegio Eclesiástico gratuito destinado a formar buenos sacerdotes para la América hispana y también para Misiones Extranjeras. Para llevar adelante lo anunciado, previamente se estaba acondicionando el edificio con obras de albañilería, carpintería, herrería, cristalería y pintura. Debe estar a punto para el inicio del curso escolar. Y el 13 de mayo, le llegó la aprobación del arzobispo sin reservas: “…En consecuencia, concedemos nuestra licencia y aprobación para que pueda establecerse el referido Colegio” Don Gerardo debió saltar de alegría, pues obtenía la aprobación clara y explícita, para las dos secciones de su proyectado Colegio: la aprobación alcanza a los “estatutos de la sección de Ultramar” y a los “de la sección de Propaganda Fide”. Es la primera vez que se habla oficialmente de dos secciones. Las “misiones extranjeras” entran ya de lleno, junto con Ultramar, como objetivo del Colegio. Los estatutos de la sección de Ultramar comprenden 12 artículos “parecidos a los de cualquier seminario diocesano”. Sin embargo los de la sección de Propaganda Fide son13 artículos, dándoles más importancia, y quedan claras las diferencias con la sección de Ultramar: su destino son las misiones extranjeras; se admite a los que hayan terminado la Filosofía, y con mayor razón a los ya sacerdotes que sientan la vocación de propagar la fe en el extranjero; deben estar resueltos a dedicar su vida donde les designe el cardenal prefecto de Propaganda Fide; pasados seis meses en el Colegio, prestarán juramento de trabajar toda su vida por la salvación de las almas como hacen en Roma los alumnos de del Colegio de Propaganda Fide; harán la carrera lata de teología y, de no serles imposible, obtendrán algún grado académico; en principio no irán de vacaciones a sus casas; el Colegio desarrollará en estos alumnos su espíritu apostólico, y aun después de su partida cuidará de que conserven ese mismo espíritu; y el Colegio, aunque de derecho diocesano, corre con todos los gastos; ellos después, ya en sus destinos, seguirán unidos con afecto al Colegio que los formó.
El 1 de octubre fue la fiesta de inauguración del curso y de la casa Colegio. Y estaban presentes los seis alumnos con los que se inició. A pesar del ambiente de postración y humillación que vive España, don Gerardo siguió adelante difundiendo por todas partes los prospectos que anunciaban esta inauguración y sus especiales características. Gracias a Dios los boletines y periódicos de toda España poco a poco fueron haciéndose eco de los mismos. Y también don Gerardo seguía enviando muchas cartas a sus amigos para recabar su parecer sobre los estatutos y reglamento, y así seguir mejorándolos.
Dada la pobreza de estos candidatos al sacerdocio escribió al Papa el 21 de abril solicitándole la dispensa del título. Y el 2 de agosto de 1899 le contestó positivamente, en su nombre, un monseñor de nombre Giuseppe Ambrogetti. Cada vez que se aproximaban Sagradas Ordenes don Gerardo hacía la solicitud correspondiente; y nunca le fue negada. Incluso conseguirá que se las concedan gratuitamente.
Una vez puesto el colegio en marcha don Gerardo dejó su cómoda residencia, aunque de alquiler, de la calle santa Águeda, 4 y pasó a residir en su Colegio. Algunos seminaristas que convivieron con él recuerdan bien su vida de piedad, meditación diaria, santa misa en su oratorio y sus visitas frecuentes al Santísimo. Sobre todo da testimonio de ello don Feliciano Santiago Rojo que fue por cuatro años su fámulo y llegó a ser un buen sacerdote de la diócesis de Burgos. Su austeridad y espíritu de ahorro destacaban en él, “no quería ser gravoso a la fundación”, y su espíritu de trabajo era manifiesto, pues de las clases de pastoral, liturgia y catequesis pasaba a revisar los originales de dos obras que él tradujo y se vendían mucho y andaban por la cuarta edición: Vida de santa Mónica y Vida del cura de Ars. El resto del tiempo era empleado en el envío de folletos de propaganda y cartas para seguir sensibilizando desde obispos a seminaristas diocesanos de toda España.
Don Gerardo, recién inaugurado el 1900, publicó seis artículos, en la revista Las Misiones Católicas. Los artículos vieron la luz en distintos números de este año. En ellos dio a conocer, con todo detalle, el Colegio de Propaganda Fide que ya estaba en marcha en la ciudad de Burgos. Solo en el sexto artículo hizo cuenta de la sección de Ultramar. Afloró, así, con claridad su prioridad por las misiones vivas en tierras extranjeras. Al repasar su contenido caemos en la cuenta que son una recapitulación de sus convicciones más profundas, manifestadas con sencillez evangélica. Es claro que su Colegio está dedicado al clero secular, y quizás aquí radica una de sus más grandes dificultades, pues encomendar “misiones formales” al clero diocesano en España resulta una clara novedad.
Además de estos artículos don Gerardo escribió a la casi totalidad de los obispos de América Latina interesándoles en su obra. Recibió variadas respuestas. El obispo de La Serena (Chile) monseñor Florencio Fontecilla le contestó el 7 de marzo alentando la obra iniciada y ofreciéndose a costear entero el viaje de los sacerdotes que le pudiera enviar. En realidad diversas circunstancias impidieron que los primeros sacerdotes, ya listos, partieran para Puerto Rico y Cuba, por eso fue el obispo de La Serena quien recibió y dio trabajo a los ocho sacerdotes que, salidos del Colegio, marcharon a América en vida de don Gerardo.
Ni la Iglesia española de este tiempo, ni el clero secular, al que intenta sacudir, es capaz de entender su empeño ni de creer en su proyecto, ni de contagiarse de su entusiasmo. Y esto ocurre aquí, en nuestro suelo patrio, mientras en Europa nacen multitud de Institutos Misioneros. El Seminario de Paris envió, en solo el año 1900, hasta 70 misioneros al Oriente, además de hacer florecer obras de ayuda a las misiones. Con todo, la Iglesia española no parece despertar de su prolongado letargo. En estos días, don Gerardo pudo leer la carta en la que el papa León XIII alababa a la Iglesia francesa, porque “en ella ha escogido Dios con preferencia a hombres apostólicos destinados a predicar la fe hasta los confines del globo”, y en la que dejaba constancia de su angustia papal preocupado por el porvenir de las misiones en China.
En España, para los 18 millones y medio que hay en 1900, las vocaciones eran más que suficientes. De ello se da buena cuenta don Gerardo, además se lo confirmaban algunas cartas que recibía, como la del secretario del seminario de Sigüenza que el 3 de junio, de ese mismo año, le dice: “En esta diócesis, terminado como está el concurso, sobra personal y quedan de 80 a 100 jóvenes sin ordenar por falta de patrimonio…”. Dos años después, el 29 de junio, le escribe el obispo de Huesca contándole cómo no puede colocar a tantos sacerdotes que tiene en su diócesis. ¿Qué falta, entonces, para que esta Iglesia despierte y apoye la limpia y noble iniciativa de este canónigo bueno y generoso? Sin duda que faltó visión apostólica y, también, espíritu generoso en los que más tenían que haberle apoyado. Da la impresión que a su obra se le hizo el vacío tanto por los cercanos como por los lejanos; y casi nadie apreció sobre todo lo que don Gerardo más estimaba: la formación y envío de sacerdotes seculares como misioneros a las órdenes de la Congregación de Propaganda Fide.
Se puede observar un gran contraste con los apoyos recibidos por don Manuel Domingo y Sol, en 1890, cuando andaba metido en mil dificultades para fundar un Colegio español en la mismísima Roma. La diferencia salta a la vista, pues don Manuel contó con una buena cantidad de obispos, cardenales y personajes importantes que se dignaron intervenir ante las autoridades respectivas para que obtuviera el permiso para el Pontificio Seminario Español de san José en Roma. Don Gerardo por tres veces intentó obtener el apoyo de Propaganda Fide, pero para ello no pudo contar ni con el firme apoyo de su arzobispo; nadie lo apadrinó, y a la hora de presentar sus cartas tuvo, más bien, algunas reticencias que lo hicieron imposible.
El 28 de septiembre acudió, por tercera vez a Propaganda Fide en busca de ayuda. Tiene en cuenta las dos respuestas negativas que ya ha recibido de ese dicasterio y con toda claridad le da razón de la orientación a las misiones vivas y de por vida de los misioneros del clero secular. En esta ocasión la respuesta de Roma tardó en llegar y, parecía idéntica a la primera, pues terminaba con este renglón: “Así que, tal como en esa carta te exhorté, te ruego que pongas el dicho Colegio bajo la dependencia de tu Ordinario”. Respuesta del frío 23 de febrero de 1901. El 22 de julio murió el prefecto de la Congregación, el cardenal polaco Ledochowski y le sucedió el italiano Juan María Gotti.
Aquí acabó la correspondencia con esa Congregación, pero no las muestras de aprecio de don Gerardo para la misma ni la ilusión de que un día su Colegio se vea amparado por ella, pues así se puede comprobar en los sucesivos pasos dados por él. Y su trabajo siguió adelante, pues si el primer curso en Fernán Gonzáles se inició con seis alumnos ya en el siguiente (1900-1901) continuaron los cinco que siguen, el otro se había ya ordenado de presbítero, y hay dos nuevos: uno de Salamanca y el otro burgalés. Al comenzar el curso don Gerardo contó con el permiso de su arzobispo para reimprimir, en un folleto de 15 páginas, y con breves retoques, los seis artículos publicados en Las Misiones Católicas, bajo el epígrafe Un Colegio de Propaganda Fide en España. Van en dirección a promover, como es claro, la conciencia misionera en los seminarios diocesanos. Ahora, además, emprende el trabajo de buscar rebajas para los pasajes de sus sacerdotes que van a viajar a América. Los viajes no eran baratos. De Cádiz a Buenos Aires 1.500 pesetas en 1ª, 880 en 2ª, 580 en 3ª preferente y 400 en 3ª ordinaria. Consiguió que la Compañía transatlántica Marqués de Comillas le hiciera una rebaja del 50%, y así envío a sus jóvenes sacerdotes en 2ª clase.
Aunque hubo cientos de solicitudes, el colegio solamente albergó, desde 1899 hasta 1906, a 25 alumnos, de los cuales fueron ordenados sacerdotes 17 y llegaron a América 15, ocho de ellos lo hicieron en vida de don Gerardo, y los ocho fueron a la diócesis de La Serena, en Chile; los otros siete arribaron a distintos naciones, ya después de la muerte de don Gerardo. La diócesis de procedencia de estos sacerdotes eran: de Burgos tres, de Salamanca dos, y de Lugo, Palencia y Astorga uno respectivamente. A la hora de enviarles a América se las arreglaba para poner en sus manos los billetes del navío y también direcciones de personas que les acogerían en ese tránsito y destino. Nadie partió sin una carta suya al obispo de La Serena. Pero, ¿por qué si eran tantas las solicitudes, fueron admitidos tan pocos alumnos? La razón estaba en que la economía del Colegio descansaba solo en el patrimonio de don Gerardo.
Nadie le ayudó para sus gestiones fuera de España y no contó con ninguna colaboración económica dentro de sus fronteras. Pidió y espero donativos y becas, de algunos que pudieron haber sido bienhechores, pero nunca llegaron. Una bendición de Roma, como pidió y espero, ¡mucho bien le hubiera acarreado! Si al menos el arzobispo de Burgos hubiera levantado la voz para apoyar su proyecto ante Roma o ante sus colegas obispos de España… Pero nunca lo hizo y se limitó a darle sus licencias y aprobaciones para imprimir y publicar los reglamentos, impresos y otros folletos que don Gerardo, con mil cuidados, le fue presentando. Fue arzobispo de Burgos desde 1894 hasta 1909 el franciscano fray Gregorio María Aguirre. No cabe duda que un alma tan fina y eclesial como la de don Gerardo tuvo que sufrir hondamente.
A pesar de ello no se arredró y llevó un vasto plan de lanzamiento y publicidad de su Colegio y de sus apostólicos ideales. Siguió escribiendo en Las Misiones Católicas, y de 1901 a 1905 publicó en ella otros cinco artículos más. Dos de esos artículos fueron titulados “El Colegio Español para la Propagación de la Fe”, en mayo de 1902 y en julio de 1904 respectivamente. Así descubría una vez más el centro de sus afanes misionales. Aunque en uno de sus párrafos debe reconocer con verdad su pesar, y por eso escribió: “Esta sección de Propaganda Fide no se ha desarrollado en la proporción que era de esperar. Se ha generalizado la idea, pero todo esto, hecho con lentitud y en pequeña escala… respecto a una obra tan grande. …Los mismos acontecimientos internacionales (gobiernos anticlericales en Francia, apertura del istmo de Panamá, perspectivas de que se abra China, planes de ferrocarriles hasta Oriente, encomienda a España del Sahara occidental…) ¿no nos están mostrando que se nos abre un campo de mies amplísimo?”.
En su último artículo, el 15 y 30 de noviembre de 1905, redobló don Gerardo su empeño en el mismo tema con el título “El Colegio se desarrollará”. Y en sus nuevas ideas resalta que la España misionera no ha agotado sus fuerzas; pues lo prueban las nuevas misiones viva abiertas por religiosos españoles en Perú, India, China y Japón. Si algo se desprende de estos artículos es que don Gerardo, justamente cuando todo parece ponerse en su contra, se muestra más decidido y hasta parece tener luz profética.
Mucho interés puso don Gerardo en tener algún candidato para la sección de “misiones vivas” y para las misiones extranjeras, y por eso mismo más debió sufrir al no alcanzarlo. Hubo un joven sacerdote aragonés llamado Joaquín Aguilar, de 36 años, con buena salud, y director espiritual de un convento de religiosas y coadjutor de la parroquia en Daroca, en quien colocó muchas ilusiones. Se estableció una intensa correspondencia entre ambos. El joven Joaquín Aguilar llegó a decirle en una de sus primeras misivas: “La noticia de haber sido fundado en esa ciudad el “Colegio de Propaganda Fide” despertó la más entusiasta aceptación en mi corazón de sacerdote. … No puedo menos de manifestar a usted la vivísima inclinación que siento a cooperar personalmente… Y si esta inclinación fuese verdadera vocación, me consagraría gustosísimo en ella al servicio del Señor…”. Además agregaba que una señora quería legar una finca y fácilmente podría hacerlo a favor del Colegio. ¿No era providencial? Don Gerardo, al responderle, le indicó que se suscribiera a la revista Las Misiones Católicas y que fuera madurando su noble propósito en su vida de oración, antes de ingresar en septiembre; estaba a punto de abrirse el curso académico de 1904-1905. Previo a ese ingreso don Joaquín viajó a Burgos en el mes de agosto, visitó el Colegio y se entrevistó con don Gerardo; y ninguno de los dos quedó defraudado. A pesar de todo y después de otras muchas cartas, don Joaquín, el 15 de octubre, aún no se había presentado, aunque ardientemente se le esperaba. Incluso había enviado un baúl con sus pertenencias, pero ya a los pocos días lo reclamó, y don Gerardo se lo devolvió, manifestando en su carta: “Tan extrañas dilaciones terminan bien tristemente. Envío el baúl y las llaves”. Una pena más para el corazón misional de don Gerardo.
Precisamente en los últimos meses del año 1904 don Gerardo se vio obligado a guardar cama en varias ocasiones. Con todo, aún el 7 de enero de 1906, el último año de su vida, se animó a escribir al director del boletín salesiano, haciéndole notar cómo algunas revistas misionales francesas publicaban mapas de muchos territorios de misión, pero nunca de aquellos que se encuentran en América Latina. Preocupación típica de don Gerardo para promover todo lo que pudiera servir a la causa misionera. El 24 de febrero rebajó a 12 años el compromiso misionero que habían de firmar los alumnos. Y el 12 de julio de 1906 se hizo público el opúsculo de 21 páginas que editó con el título “Reglas y Practicas del Colegio Eclesiástico de Ultramar y de Propaganda Fide”. El decreto del arzobispo decía textualmente sobre él: “nada contiene contrario al dogma, sana moral y disciplina de la Iglesia, antes bien se juzgan dignos de la aprobación solicitada”. Contenían una introducción y siete capítulos.
Es bueno entresacar algunos de sus párrafos para percibir el talante apostólico de este hombre de Dios: “La primera condición requerida a los aspirantes es una vocación cierta al estado sacerdotal… En cuanto a los admitidos con destino a misiones extranjeras… deben estar dispuestos a obedecer a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide y a ejercer su ministerio en los lugares que ella les designe… El alumno perteneciente a esta sección podrá ordenarse a título de “misionero apostólico”, siempre que prometa con juramento trabajar, durante su vida, en los países que la misma Congregación le designe. Todo sacerdote, pero de manera especial los que pretenden ejercer su ministerio apostólico en países extranjeros, deben tener aquel espíritu que animó a Jesucristo cuando predicaba el evangelio en las regiones de Judea…. Deben pues meditar atentamente los ejemplos y enseñanzas con que el Divino Maestro ilustró a los apóstoles, no perderlas jamás de vista, asimilarlas íntimamente, acomodar a ellas su vida, costumbres y sentimientos…Por este motivo, los alumnos han de dedicarse contantemente al estudio de los santos evangelios, procurando penetrarse bien de su sentido…No dejen, pues, pasar un solo día sin reparar las fuerzas de su espíritu con el alimento místico de tan santa doctrina, si quieren adquirir el verdadero espíritu de Cristo”.
Y así, con este mismo estilo tratará, el resto de los capítulos, para centrarlo todo en la persona de Jesús. De esa fuente del Señor sacó don Gerardo su particular opción preferencial por los pobres; y por eso su insistencia en que los alumnos pusieran su mirada en ir a los infieles más abandonados, y si fueran solo a tierras de Ultramar, a preferir los lugares más cercanos a los indios pobres, y dispuestos a compartir su lengua. El Colegio, mal que bien, comenzó el curso 1906-1907. Estaban sin vice-rector, pues don Honorato Carrasco Aguinaga había sido liberado de sus funciones para que optara a las oposiciones sobre una canonjía en Jaca, y el aragonés Joaquín Aguilar vimos que nunca respondió tal como se esperó de él. La sección de misiones extranjeras no había podido quedar estrenada aún, pues a pesar de que acaparó todos sus sueños, no pudo enviar ni uno sólo sacerdote a territorios de “misiones vivas”. Don Gerardo nombró como vice-rector interino a don Miguel Polo, el director espiritual desde el principio. Y esta fue una de sus últimas decisiones, pues a primeros de noviembre, con nueve alumnos en el Colegio, con un mes de curso transcurrido, y con todo en el aire, don Gerardo cayó de nuevo enfermo.
Contaba don Gerardo con 67 años. Él sabía que ninguno de sus siete hermanos había vivido tanto. Es posible que también esto le hiciera presagiar que debía prepararse para una buena muerte. Pero no se quejaba de nada. Tampoco hizo confidencias. Siempre reservado, lo fue más en estos días entrando en un largo y sereno silencio. Procuraba recibir pocas visitas. El 20 de noviembre, su gran amigo don Miguel Polo le dio la noticia que el arzobispo había nombrado a don José Bravo Gómez como vice-rector y deseaba visitarle. Le recibió amablemente. También vinieron a verle sus sobrinos Francisco, Álvaro, Sixto y Luis.
El 22 de noviembre de 1906 el sacerdote don Juan Crespo le administró la santa unción de los enfermos. Y, así, rodeado por los nueve alumnos con su nuevo vice-rector, y también con don Miguel Polo y sus sobrinos, sin pronunciar palabra, don Gerardo se durmió en el Señor. Había sido bautizado, a los tres días de su nacimiento, en la Iglesia parroquial de Ntra. Sra. del Puerto en Santoña, el 6 de octubre de 1839 (3). Don José Bravo Gómez, que de vice-rector pasaría, a la muerte de don Gerardo, a ser su sucesor como rector del Colegio hasta octubre de 1912, dejaría escrito años después lo que contempló esta tarde en la habitación en la que falleció don Gerardo: “Y en los momentos de expirar, le vimos todos acabar plácidamente”.
A penas nadie se enteró de su muerte. Ni la prensa ni las revistas misionales le dedicaron ningún comentario. Uno de los periódicos de Burgos lo despachó en tres líneas y el otro ni mencionó los funerales, celebrados según correspondía a un canónigo. El Boletín Eclesiástico del Arzobispado recogería, también, su muerte en la lista de sacerdotes fallecidos de marzo a diciembre de 1906, sin dar otro título que el de canónigo. Su cuerpo fue enterrado en Burgos, en el cementerio de san José, en un sencillo sepulcro de piedra. Pasado medio año, y con fecha 6 de mayo de 1907 concedió el alcalde de Burgos permiso para poner una lápida a su tumba. El epígrafe encargado por don José Bravo reza así: “El M. I. Sr. D. Gerardo Villota y Urroz, canónigo que fue de la Santa Iglesia metropolitana y Fundador del Colegio Eclesiástico de Ultramar y Propaganda Fide, fallecido el día 22 de noviembre de 1906. R.I.P.”
Don José Bravo Gómez procedía de la diócesis de Santander. En la universidad eclesiástica de Burgos había obtenido, el 31 de enero de 1900, el bachillerato en Teología y, más tarde, la licenciatura. Después de dejar el cargo como director del Colegio, siendo párroco de san Cosme y san Damián, en Burgos, escribirá en El Siglo de las Misiones la primera e interesante semblanza sobre don Gerardo.
El papa Benedicto XV y el “sacerdote de santa memoria”.
El papa Benedicto XV, llevado de su gran espíritu misionero, publicó el 30 de noviembre de1919 su Carta Apostólica Maximum Illud, sobre la propagación de la fe católica en el mundo entero. A penas se había cumplido un año del final de la desastrosa Primera Guerra Mundial (28-VII-1914 a 11-XI-1918). Pues bien, siete meses antes de la Maximum Illud, el 30 de abril de 1919, el Papa le hizo un encargo al arzobispo de Burgos Juan Benlloch, por medio de su secretario de estado cardenal Gasparri. Esta encomienda del Papa tiene un gran valor misionero para toda España y, al mismo tiempo, se torna la mejor aclaración de la vida y obra de don Gerardo Villota Urroz, muerto catorce años antes, pues en ella reciben explicación y mérito todos sus desvelos misionales.
El texto pontificio dice (los subrayados son sobrepuestos): “Al R. P. D. Juan Benlloch y Vivó, arzobispo de Burgos: Sobre el fomentar el Colegio fundado para el servicio de las Misiones Extranjeras. Venerable hermano,…. Al promoverte de la sede de Urgel a la de Burgos, Nos tuvimos el designio de procurar a tu virtuoso espíritu de laboriosidad campo más dilatado. …
Pues bien, es Nuestro deseo que uno de los proyectos que con más entusiasmo acaricies, sea el procurar por cuantos medios estén a tu alcance que dentro de los muros de Burgos se formen aptos para el caso, jóvenes escogidos del clero que se sientan llamados por Dios para evangelizar a los infieles,...
Y en este punto, no hay duda que no es nada decoroso el que España, cuyos pasados servicios apostólicos fueron de tanto relieve, olvidada ahora de sí, deje vencerse por ningún otro pueblo. Además de que providencia es singular de Dios el que encuentre ya en esa ciudad, sede para ti tan honorífica, como principios de obra de esa índole, puesto que no desconoces cómo Gerardo Villota, sacerdote de santa memoria, en su afán de ayudar ora a las diócesis de la América latina, ora a las misiones de infieles, echó los felices cimientos (a más no llegaban sus modesto recursos) de un Colegio que consta de dos secciones, la una para formar operarios que trabajen en diócesis constituidas y la otra para educación de misioneros. A tu destreza, pues, incumbe ahora cultivar con todo esmero y dar calor de tal suerte a esa como semilla, que palpablemente, bajo la influencia de la gracia de Dios, se la vea convertirse en árbol corpulento del que puedan esperarse a su tiempo ubérrimos frutos. La autoridad de tu ejemplo servirá en gran manera de estímulo para despertar idénticas aspiraciones en otros: … y en especial tus colegas del episcopado español querrán, con cuantos medios puedan, favorecerte en tu empresa. Y en prenda de las divinas bendiciones…”
El centenario: 1920-2020.
El cardenal Juan Benlloch inauguró solemnemente, el 3 de diciembre de 1920, el Pontificio y Real Seminario de Misiones que tuvo gran repercusión en el ambiente eclesial y civil de España. Fue también muy importante que el arzobispo hiciera acompañar este acontecimiento con la publicación, en la misma fecha, de su carta pastoral: Las Misiones Extranjeras. Invitación Pontificia a Burgos. Con el decreto de fundación, el arzobispo cerró indefinidamente la sección de Ultramar, y el Colegio de don Gerardo fue transformado en Seminario de Misiones Extranjeras.
Y en mayo de 1947, en Roma, en un encuentro entre un nuevo arzobispo de Burgos, don Luciano Pérez Platero, y el Prefecto de la Congregación de Propaganda Fide se decidió el cambio de nombre del Seminario: en adelante se llamaría Instituto Español de san Francisco Javier para Misiones Extranjeras (IEME); y pasó de la dependencia directa del arzobispo a la de Propaganda Fide.
Después del fallecimiento de don Gerardo, de 1906 a 1920, salieron de esta sección de Ultramar, ahora clausurada, 15 nuevos sacerdotes; de ellos cinco burgaleses, tres palentinos, dos de Ávila, y uno de cada uno de estos lugares: Orense, Orihuela, Pamplona, León y Puerto Rico; fueron enviados: seis a Méjico, cinco a Puerto Rico, dos a Chile, uno a Perú, y otro a Uruguay. Y como remanente económico, del capital fundacional, pasaban 273.075 pesetas al nuevo Seminario de Misiones.
El 30 de noviembre de 1920 fue elegido, como primer rector, del Seminario de Misiones Extranjeras, el canónigo burgalés, don Emilio Rodero Roca. Tenía 44 años y fue su rector hasta 1949, año de su muerte. El 1º de octubre de 1921 se inauguró el primer curso escolar. La matrícula de alumno fue de 21, repartidos así: cinco sacerdotes (de Vitoria, Burgos, Tortosa, Barbastro y Huesca), dos teólogos (de Osma y Barbastro), dos filósofos (de Ávila y Oviedo), y doce colegiales de 1º de Latín. Es bueno observar la procedencia de los candidatos mayores, pues se comprueba que el Seminario, desde sus inicios, fue no solo pontificio y real, sino, también nacional.
La primera misión se abrió en el Vicariato Apostólico del San Jorge, con restos de antiguas tribus indígenas, en un complicado territorio del sur del Departamento de Bolívar (Cartagena-Colombia). Los dos primeros sacerdotes enviados, como precursores, en mayo de 1923 fueron don Marcelino Lardizábal y don José Gavaldá, de 43 y 45 años respectivamente. Y la historia posterior, de estos cien años, es ya más conocida, pues se fueron roturando nuevos campos de misión en Chiriquí (Panamá), en Wankie (Rodesia, hoy Zimbabue), en Japón, en El Petén (Guatemala), en Tete (Mozambique), en Zambia, en Brasil (Sao Paulo y Bahía-Pernambuco), en Perú, en Rep. Dominicana, en Togo, en Nicaragua, en Tailandia, en Costa Rica, y, finalmente, en Cuba.
¿Un nuevo Pentecostés?
Y antes de terminar, un dato de actualidad: En la XII Asamblea General del IEME, mayo de 2018, se aprobó, por amplia mayoría, el acuerdo para que la Dirección General, salida de ella, iniciara el proceso hacia un posible cambio de marco jurídico: de Sociedad de Vida Apostólica, a Asociación Pública Clerical de Derecho Pontificio. Una de las primeras tareas de la Dirección fue convocar un Referéndum. Y los datos del escrutinio, realizado el 2 de septiembre de 2019 a las 12,00, fueron estos: de los 90 miembros con derecho a voto, (hay otros 22 misioneros asociados), el número de votos emitidos fue de: 89, ya que uno prefirió abstenerse; de ellos, los positivos fueron: 78; los votos en contra: 9; los votos en blanco 1; y los votos nulos: 1 (4).
Los misioneros del Instituto hemos tratado, especialmente desde la clausura del Concilio Vaticano II, de poner en práctica su gran riqueza teológica, concretada para nosotros en los decretos PO y AG. Y ahora, con motivo del Centenario, queremos seguir profundizando, con renovado interés, en las fecundas raíces de la semilla plantada por D. Gerardo: Ser un cauce para los sacerdotes diocesanos de España, asociados para la misión y dedicados plenamente a la actividad evangelizadora de la Iglesias. Debemos seguir alimentando nuestra identidad misionera en el Evangelio y en las líneas programáticas de Evangelii Gaudium. Es Jesús, el Señor, lleno de gracia y de verdad, quien sostiene nuestra tarea, y hoy sigue
llamando a la misión en cada hora del día. Nuestro futuro está en sus manos y en las de su Santa Iglesia.
La antorcha misionera pasa ahora, preferentemente, a los jóvenes y a todos los presbíteros del siglo XXI. No podemos olvidar que: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,… entró Jesús”, y, puesto en el centro de cada uno de nuestros presbiterios, nos dice, como dijo a sus amigos los apóstoles: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Tú, hermano presbítero, puedes acoger su llamada.
Notas: 1.- He seguido para este relato, algunos de los primeros capítulos de la obra, de 416 páginas, de don José Antonio Izco Ilundain: “Proyección Misionera del Clero Diocesano Español. Historia del Seminario de Misiones-IEME”. Ediciones Sígueme, 1991. Don José Antonio nació en Añorbe (Navarra) en 1938, y fue ordenado presbítero en el Seminario de Misiones de Burgos, el 29 de junio de 1962. Ha publicado varias obras y artículos en muy diversas revistas. Es doctor en Teología desde 1972 por la Universidad de Lovaina. Su vida de misionero la ha desarrollado en Japón, desde neopresbítero, hasta su jubilación en 2019. Y además de otros cargos dentro del IEME, fue su Director General durante los años 2003-2008. 2.- Los valores y bienes que don Gerardo asignó al Colegio fundado fueron: Títulos en el Banco de España por valor, en 1900, de 214.900 pesetas; acciones en el Barco Hispano Colonial de Barcelona (10.750), la casa de calle Fernán González, nn. 78-80, con su patio y su jardín; otra casa en Laredo, calle del Mar, n.18, con su huerto: algunas tierras en Laredo; y los derechos de traducción y edición de cuatro libros, traducidos del italiano, francés y alemán: Vida del Cura de Ars, Vida de santa Mónica, Los católicos alemanes y los católicos españoles y Vida del santo canónigo Juan Bautista Rossi. 3.- El Boletín de la Diócesis de Santander recoge en su Nº del mes de febrero de 1997, páginas 19-21, esta noticia del 7-XII-1996: En la Iglesia parroquial de Santoña el obispo don José Vilaplana Blasco, después de la Eucaristía, descubrió una lápida, colocada en la pared lateral al costado del altar mayor, cuyo texto es: “Ofrenda de la Montaña a su hijo esclarecido Gerardo Villota Urroz. Santoña 1839-Burgos 1906. Llamado por el papa Benedicto XV Sacerdote de santa memoria. Adelantado de España en la Obra Misionera. Fundador del Colegio de Ultramar y de Propaganda Fide. Hoy Pontificio y Real Seminario de Misiones (IEME)”. 4.- XII Asamblea del IEME. El IEME en salida. Ver páginas 29 y 44. Y su Boletín General, número 304, página 425-426, de noviembre de 2019. Ediciones IEME, calle Ferrer del Río, 17. 28028 Madrid.