Anastasio Gil García, Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España, presenta la Jornada Vocaciones Nativas 2014, que este año se celebra el 27 de abril, bajo el lema "Misioneros por Vocación".
La designación del II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, para la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II generó una manifestación de alegría y acción de gracias en quienes tenían la certeza de que estos dos hijos de la Iglesia habían vivido en plenitud las exigencias del Evangelio. Desde entonces, en todos los ámbitos de la Iglesia, y también en el de la actividad misionera, donde ambos pontífices han dejado su aliento y predilección, se ha incrementado el deseo de acudir a su intercesión y seguir su ejemplo.
Feliz coincidencia
La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II coincide con la celebración de la Jornada de Vocaciones Nativas. Pudiera parecer que son dos acontecimientos que se yuxtaponen sin conexión alguna. En este supuesto, la invitación de la Iglesia a orar y colaborar con las vocaciones nacidas en los territorios de misión quedaría en la penumbra ante la resonancia social y eclesial de estos santos tan singulares en nuestra reciente historia. Pero no es así, porque la Providencia mueve los hilos de la historia de manera sorprendente; al contrario, es una feliz coincidencia.
Cuando el sacerdote Angelo Roncalli trabajaba en la Obra de la Propagación de Fe en Roma, el Papa Pío XI asumió como propia, haciéndola “Pontificia”, aquella iniciativa profética de Juana Bigard que trataba de fomentar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en los territorios de misión. Bien conocía Juan XXIII la necesidad de promover este carisma de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, como lo demuestra el hecho de que en el segundo año de su pontificado publicara la encíclica Princeps Pastorum, en la que exhorta a los fieles a colaborar con la formación del llamado “clero indígena”.
Por su parte, Juan Pablo II, al cumplirse —en 1989— el centenario del nacimiento de dicha Obra Pontificia, escribe a la Iglesia una emblemática carta apostólica. En ella, al referirse a la labor promovida por la Obra de San Pedro Apóstol desde sus orígenes, señala que esta “ha trabajado eficazmente para que todas las Iglesias puedan beneficiarse del ministerio de aquellos hijos que el Señor ha llamado. La Obra, aportando un apoyo espiritual y material a los pioneros del clero local, ha desempeñado un papel de primer plano, gracias a la participación generosa de innumerables fieles”.