Estamos en tiempo de Navidad. Seguimos mirando al niño de Belén y nos gusta verle en familia. Jesús vive con suspadres en Nazaret, es hijo de carpintero y trabaja como carpintero; judío de nacimiento, ora como miembro de una familia judía piadosa y creyente. Como niño-joven de su tiempo, acompañado por sus padres, Jesús crece, estudia, trabaja, ora, madura, hasta que le llega el momento, como nos ha sucedido a todos nosotros, de tomar una opción personal de vida humana y profesional. Hoy diríamos que Jesús estuvo bien acompañado; en la pequeña aldea judía de Nazaret se fraguó su rica personalidad, como se manifestará después cuando se dedicó a vivir y anunciar la Buena Noticia del Reinado de Dios.
La fiesta de la Sagrada Familia no pretende reafirmar el modelo tradicional de familia ni las relaciones de dependencia propias de una sociedad patriarcal del pasado. Pero sí quiere fortalecer y celebrar el núcleo de la familia como ámbito del desarrollo normal de las personas y como primera
escuela de aprendizaje del amor. Fruto del amor, los hijos aprenden, - hemos aprendido - a amar porque nuestros padres nos han amado y valorado.
Defender la familia es defender la humanidad, la sensibilidad, el equilibrio afectivo; es defender el matrimonio estable y fiel, cuna para el nacimiento y desarrollo de nuevas personas engendradas y acogidas en el amor.
La vida nace, se desarrolla y termina envuelta en el amor. ¡Qué hermoso sería y qué testimonio podemos dar todos los cristianos y personas de buena voluntad cuando el mismo cariño y emoción acompañan el atardecer de la vida y el paso a la Vida del Cielo! Pero no todo queda en el seno de la familia. Jesús se abre a la familia humana y a la familia de los hijos de Dios e invita a sus discípulos a hacer lo mismo. Todos hermanos en la casa del Padre. Por eso, Pablo describe la comunidad cristiana como una familia y la familia como una comunidad cristiana. Tanto en una como en otra se nos pide
cuidar el cariño, la compresión, el agradecimiento, el servicio mutuo y, sobre todo, el perdón, base de ese amor que “no pasa nunca”, o mejor, que no debería pasar nunca ni en la familia ni en la comunidad cristiana.