Jesús afirma abiertamente: "Yo soy el buen Pastor”. No es un Pastor más, sino el verdadero Pastor. Hoy nosotros apenas sabemos lo que es un pastor; y mucho menos lo que sería “un buen pastor”. En tiempo de Jesús, el pastor era casi siempre, el dueño de un pequeño número de ovejas, a las que cuidaba como si fueran de su misma familia y a las que llamaba por su propio nombre. Era normal porque de ellas dependía la vida de su familia.
“El buen Pastor da la vida por las ovejas”. Cuando Jesús dice de sí mismo que El “da la vida por sus ovejas”, expresa su amor incondicional hacia nosotros. La amenaza más profunda para los seres humanos consiste en la ausencia del amor.
Quien no se siente amado, se desprecia a sí mismo, se juzga a sí mismo, se vuelve duro y distante de los demás. Es incapaz de amarse a sí mismo y a los otros. Jesús no dice solo que da su vida, sino que pone su vida a disposición, la arriesga, se la juega por los suyos.
“Yo soy el buen Pastor que conozco a las mías y las mías me conocen”. Jesús conoce a los suyos. Esta expresión ”conozco” indica la relación de amor entre Jesús y sus discípulos. “Conocer”, quiere decir amar. Jesús ama a todos los que encuentra en su camino: ama a la samaritana, al paralítico, al leproso, al ciego, a las multitudes. Jesús es Aquel que nos ama a todos... El Buen Pastor ama a todas y cada una de sus ovejas, con un amor de amistad y de servicio, con un amor de entrega y generosidad. Por sus ovejas vive y se desvive, se cansa y se gasta. Cuando Jesús dice: “conozco a las mías y las mías me conocen a mí”, toca lo más profundo de nosotros mismos: el deseo de que haya alguien que nos conozca de verdad, que nos ame en profundidad, alguien a quien nos podamos confiar. Tal vez podíamos preguntarnos: ¿Me siento conocido-amado por Jesús?