TESTIMONIO MISIONERO. VICENTE GUTIERREZ DESDE TAILANDIA

El sacerdote diocesano Vicente Gutiérrez es misionero en Tailandia y quiere compartir con todos nosotros el siguiente testimonio y fotos que nos ha enviado desde Tailandia.

CONSTRUIR ¿QUÉ? O ¿PARA QUÉ?


Se suele pensar que a los misioneros nos toca hacer un poco de todo, aunque yo creo que no es sólo exclusivo nuestro, sino que a muchos compañeros de nuestras iglesias de origen también les pasa. En ocasiones hay que asumir tareas que no nos gustan tanto y/o que no se nos dan bien, pero hay que hacerlas lo mejor que podamos desde un espíritu de servicio. Pues esto es lo que me pasa con la tarea de construir edificios, que es de las cosas que menos me atrae de la misión y una en la que más torpe me encuentro. De todas formas esto lo supero con dos estrategias: La primera es motivarme desde la idea del servicio y el beneficio que va a producir a la gente ese edificio, sobre todo cuando es solicitado por ellos. La segunda es rodearme de gente que “construya” conmigo, hacer partícipes a otros según sus dones, es decir, unos pueden llevar la economía, otros asesoran en la estética y, por supuesto, los que ponen los ladrillos. Una vez logradas estas dos condiciones (motivación y participación), que muchas veces no es fácil, nos podemos poner manos a la obra.


Todo esto viene porque desde hace algo más de un mes estamos metidos en la construcción de la nueva iglesia de la parroquia “Reina de los Ángeles”. Se trata de un proyecto que trae varios años de retraso y urgido por las peligrosas condiciones de la actual iglesia. Estas gentes de la pequeña comunidad cristiana de Nonyangkham han visto pasar 5 párrocos en los últimos 5 años sin que ninguno diese solución a su principal preocupación, un edificio seguro donde poder celebrar la fe. Y es que así lo manifestaron en la primera reunión que tuve con todos ellos el primer domingo que celebramos juntos la Eucaristía. He de reconocer que de primeras no estaba muy seguro de asumir este proyecto, por un lado las cuestiones personales que ya comenté anteriormente y por otro el construir un edificio que, en el mejor de los casos, se utilizaría un par de horas un día a la semana. Este prejuicio, condicionado por la experiencia previa durante 5 años, fue desapareciendo al conocer más a estas gentes, al ver su intensa participación, al descubrir el entusiasmo con el que celebran la fe y al darme cuenta que esta vieja iglesia no sólo estaba en pésimas condiciones, sino que se quedaba pequeña en muchos momentos. El empujón final vino del Señor, cuando estaba orando una mañana y, sin venir a cuento, como suele hacer Él, me puso esta pregunta en el corazón: “¿Tú también vas a pasar de largo?”. Sí, así de directo es cuando quiere que asuma un proyecto que lleva su Firma. Con estas garantías comenzamos a dar los primeros pasos: Regularizar los papeles de los terrenos de la parroquia, pedir proyectos y presupuestos, contactar con constructores, presentar toda la tramitación a la Diócesis y solicitar su ayuda económica, buscar formas de financiar el proyecto, etc. Y todo esto lo hicimos juntos, los que formamos esta comunidad de cristianos en Nonyangkham, porque es un proyecto de todos. Con este entusiasmo se logró implicar a más gente, incluso de otras partes del mundo, porque una comunidad tan pequeña como esta necesita de sus hermanos para poder conseguirlo.


En medio de todo esto me asaltan reflexiones sobre la “tentación de construir” en el misionero. Conozco no pocos misioneros que muestran con orgullo sus edificaciones durante los años de misión (recuerdo a uno que tenía varios álbumes de fotos con todas las iglesias y capillas que había construido en Guatemala). Digo que es tentación porque siempre es más fácil trabajar con ladrillos, que donde los pones, ahí se quedan; que con “piedras vivas”, que nunca es fácil que encajen en “nuestro” proyecto ideal de comunidad. A esto se une el que las edificaciones acaban convirtiéndose en monumentos a la memoria de aquellos misioneros que las levantaron y que recuerdan el poderío económico que se gastaba el padrecito o la madrecita. También es tentador porque el proceso en la construcción es más visible, casi día a día ves cómo avanza y, en la mayoría de casos, se ve la culminación del proyecto pues no lleva mucho tiempo, en ocasiones sólo se tratan de unos meses. En los proyectos en que se construye vida el proceso suele ser más difuso y muchas veces el misionero sólo ve una parte, pues es un trabajo muy a largo plazo. Además, no se goza de la exclusividad del “proyecto”, porque por mucho que algunos hablen de “mis feligreses”, “mis parroquias” o “mis jóvenes”, no son de ellos, sino fruto de la interacción con más gente y de lo que ellos han podido o han decidido recibir de Dios en sus vidas. Son piedras vivas formadas de otras vidas y de la Vida.

Y ahora yo me pregunto: ¿Construyo esta iglesia porque me autorrealizo en ella?, ¿construyo porque no me veo capaz de construir comunidad?, ¿construyo porque ahí dejo mi monumento para que me recuerden siempre? Quiero pensar que no, que sólo lo hago porque la gente lo pidió y se vio necesario. También espero que, si me recuerdan, no sea por la iglesia, sino por el trabajo que hicimos juntos y por la vida que compartimos durante ese tiempo. También espero no terminar coleccionando edificios como si fueran cromos, sino guardarme dentro las vidas entroncadas con la mía y que van construyendo lo que soy yo, proyecto de Dios.
 
Vicente Gutierrez Vazquez, misionero en Tailandia.
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