Como todos los discípulos y misioneros de todas las épocas, me acerco a tu templo, a tu casa, a tu evangelio, a tus sacramentos, a tu gente...y allá donde estás, me asombro y te alabo.
Pero también, como aquellos primeros discípulos, dudo.
¿Estás? ¿No estás? ¿Qué quieres de mí?
¿Estás? ¿No estás? ¿Qué quieres de mí?
Entonces tú te acercas, a tu manera sorprendente, y me dices: «Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por eso, vete y haz discípulos entre todos los pueblos, entre la gente con la que la vida te va poniendo en contacto, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, aquellos que están convencidos y los que viven ajenos a mí. Ayúdales a zambullirse en la vida plena, esa que se aprende en Mí.
En el amor del Padre, en la entrega del Hijo y en la sabiduría del Espíritu. Enséñales a vivir a mi manera, y no tengas miedo si a veces es difícil. Que, aunque no siempre me sientas, yo estoy contigo, todos los días, hasta el fin del mundo»