El “dejar salir antes de entrar” resuena como una musiquilla constante en la cabeza de muchos cuando nos encontramos frente a una puerta en plena efervescencia de paso.
Sin embargo, a medida que uno va avanzando en el camino de la fe, interiorizando determinadas experiencias, dejándose tocar y acogiendo con ojos confiados la realidad que nos envuelve, esa frase pasa de ser una simple regla de cortesía a convertirse en el fundamento de toda experiencia espiritual, comenzando por la que el propio Dios realiza, por pura iniciativa suya, y en la que se condensa el mensaje del Corazón de Jesús. Una festividad quizás hoy un tanto olvidada, tal vez edulcorada en exceso, pero una festividad que contiene el mensaje fundamental de nuestra historia de Salvación.
El corazón de Jesús nos habla de iniciativa, de libertad, de entrega absoluta y amor profundo; nos recuerda cómo Dios, por pura iniciativa suya, por compromiso con los hombres y mujeres de ayer, hoy y mañana sale de sí para encarnarse en medio de nuestro mundo, acampando en medio de nuestra realidad histórica y cotidiana. La vida de Jesús, su muerte y su resurrección, implican un movimiento de salida, que provoca un encuentro personal, que transforma la vida del creyente, abriéndole nuevos horizontes, ensanchando miras y descentrando de la propia lógica. Dios nos sale al encuentro para, llevados de la mano con nuestra propia historia, invitarnos a encontrarnos con Él, a entrar en Él. Salir antes de entrar.
Así mismo ese movimiento también nos tiene a nosotros como protagonistas activos, pues ese encuentro con el diálogo, la gratuidad y el amor de Dios nos transforma de tal modo que pasamos de ser meros observadores, a discípulos, colaboradores en la construcción del Reino. Porque el dejarnos sorprender por la iniciativa de Dios acarrea ir saliendo de nuestro propio amor, querer e interés como diría Ignacio, para salir al encuentro de los otros, y en el otro, en sus alegrías y anhelos, en sus lágrimas y fragilidades, contemplar el rostro del Otro, que es Dios. Salir de uno mismo para, encontrándonos con aquellos que nos rodean, entrar en contacto con el corazón de Jesús, con el amor de Dios encarnado en el prójimo.
Un salir, para poder entrar, una lógica atípica que condensa el mensaje del Corazón de Jesús. Un mensaje que es síntesis de nuestra fe, la que profesamos en un Dios, que por amor se nos hace presente, se nos hace realidad, se nos hace verdadera vida.