La vida del misionero como la de todo cristiano es la vida del que se ha encontrado con el Señor, y sintiéndose amado por Él, se lanza a la aventura de vivir tras sus pasos. La vida del misionero como la de todo cristiano es una gozosa aventura.
Porque si hay algo seguro es que ese camino lleva a la felicidad verdadera, aunque decidirse por seguir los pasos de Jesús conlleva afrontar dificultades y obstáculos, a veces también en lo personal. No todo es de color de rosa en la vida de fe; el Señor es exigente, no quiere ser uno más en nuestra existencia. Quiere ser el Maestro y Señor; el centro. Y vivir así a veces cuesta, y humanamente se nos hace cuesta arriba. No creamos que nos pasa solamente a nosotros. También les pasaba a los apóstoles. Pedro es uno de ellos.
Porque si hay algo seguro es que ese camino lleva a la felicidad verdadera, aunque decidirse por seguir los pasos de Jesús conlleva afrontar dificultades y obstáculos, a veces también en lo personal. No todo es de color de rosa en la vida de fe; el Señor es exigente, no quiere ser uno más en nuestra existencia. Quiere ser el Maestro y Señor; el centro. Y vivir así a veces cuesta, y humanamente se nos hace cuesta arriba. No creamos que nos pasa solamente a nosotros. También les pasaba a los apóstoles. Pedro es uno de ellos.
Hoy escuchamos en el Evangelio cómo el apóstol no entiende los planes de Dios, anima a Jesús a no seguirlos, y Jesús le responde directamente: “¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar! Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Nuestro mundo nos ofrece caminos facilones que nos llevan a una felicidad a medias. El Señor nos ofrece la vida eterna, y con ella la felicidad plena, aunque ese camino cuente con las cruces de cada día. Yendo de su mano, nuestras pequeñas cruces son participaciones en su Cruz, que nos valió la Salvación. No nos desanimemos. Confiemos en los planes de Dios.
¡Feliz domingo y feliz semana!