La parábola nos dice que ni la función desempañada, ni los años de servicio, ni el rendimiento crean situaciones de privilegio ni “merecen” mayor o menor recompensa.
Porque siendo la invitación gratuita y generosa, también la respuesta ha de ser gratuita y generosa.
Dios no es un ordenador que lo anota todo y, después, al final de la vida le da a una tecla para que aparezca el saldo. Si así fuese, a Dios le podríamos sustituir por un buen programa o por un principio de orden universal o una ley de derecho internacional que mantuviera el orden y el equilibrio.
El Dios revelado en el Corazón de Cristo es un Dios Padre al que ni sele exige ni se le compra. Sencillamente se le responde con la misma moneda de la gratuidad y del amor.
Quien ha encontrado al Dios de Jesús, trabajará día y noche, soportará el peso del sol y del bochorno, sin llevar cuenta del tiempo trabajado ni de la recompensa que recibirá. Al final, no solo no sentirá envidia de quienes han trabajado menos y han recibido la misma paga, sino lo contrario: estará orgulloso de haber conocido a un Dios Padre que nos transciende por todos los lados en bondad y generosidad.
Hoy, tal como te ves y te sientes, acoge con alegría la invitación del Señor de la viña:
" Ve también tú a trabajar en mi viña"
"Aquí estoy, Señor"