PLANTEARSE LA VIDA

A la vuelta de las vacaciones, a veces toca plantearse la vida. Muchos de esos planteamientos tienen que ver con la vocación. Qué hacer con tu vida y hacia dónde dirigirla. La vida es algo tan valioso que no puede ser desperdiciado, y en función de los dones y virtudes que tengas, toca exprimirla al máximo para que, como bien dijo alguien que tenemos muy presente, no nos resignemos a que, cuando muramos, siga el mundo como si no hubiésemos vivido.
 Todas y cada una de las vocaciones son hermosas porque emanan de lo más íntimo de cada uno y es la sinceridad del corazón hecha actos.
Sin embargo, hay una de ellas que cada vez que pasa el tiempo, me parece más y más admirable. Este mes de septiembre, un amigo mío con el que he compartido grandes recuerdos, al acabar la carrera de Derecho, se ha marchado San Sebastian, a tomar las riendas de su vida haciéndose jesuita. No es solo entregarse en cuerpo y alma a Dios, sino a los demás. Que en cierto modo también es a Dios en esa versión corpórea que tanto nos cuesta ver. Pero como nos cuesta ver, también nos cuesta hacer. Y ellos van. Se van. Y en ese acto de decidir, de una manera u otra hacen extensivos los términos familia y preocupación. Porque ellos tendrán su familia, tendrán su gente, pero ahora más que nunca, se dedicarán a lo ajeno como proyecto de vida.
 Todos y cada uno de los creyentes deberíamos seguir los pasos de Jesucristo. Pensar, en caso de no saber cómo actuar, cómo lo haría él. Y adecuar, entonces, nuestros actos. Ellos, con ese En todo amar y servir, van a amar a quien probablemente ni conozcan. Y van a servir con la humildad del que deja todo por los demás.
 Y entonces, sólo quería decirles, desde una admiración desbordante, que el mundo les necesita. Necesita gente que dé la vida por los demás y que, mientras la da, nos enseñe cuánto bueno puede hacer el hombre, cómo puede crecer con la fe y de cómo la fe realmente salva de lo irrelevante para hacernos ricos de espíritu, buenas personas e 
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