“Dos hombres subieron al templo a orar”. Así comienza la parábola que se lee en este domingo XXX del tiempo ordinario. El otro es publicano, recaudador de tributos al servicio de los romanos,
El fariseo más que rezar a Dios, se reza así mismo; “ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo”. Por el contrario, el publicano sumergido en su propia indignidad, sólo sabía repetir: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Aunque el fariseo nos resulte antipático y bufón, hemos de reconocer que la mayoría de las veces nos situamos junto a él en el templo e imitamos su postura de suficiencia y presunción.
Es preciso colocarse atrás con el publicano, que sabe que la única credencial válida para presentarse ante Dios es reconocer nuestra condición de pecadores.
Solamente cuando estamos sinceramente convencidos de que no tenemos nada presentable, nos podemos presentar delante de Dios.