Comencemos el nuevo año litúrgico desde la situación de vida en que hoy–30 de noviembre de 2014– nos encontramos cada uno.
¿Miro el futuro con esperanza? Entonces soy creyente, en la línea más genuina del Antiguo y del Nuevo Testamento. ¿Dónde apoya el pueblo de Dios esa esperanza inquebrantable?
En todas las circunstancias de la vida por las que atraviesa el pueblo de Israel - destierro, idolatría, olvido de sus raíces - aparece un Dios promesa de futuro, un Dios que ha intervenido, interviene e intervendrá en la historia de forma sorprendente, siempre gratuita y siempre salvífica. Quien tiene fe en este Dios, por mal que le vaya en la vida, vive con el corazón abierto a la esperanza de algo siempre nuevo y mejor.
Adviento: tiempo de renovada esperanza: memoria agradecida de la primera Navidad, cuando Dios, en el niño de Belén, se incorporó para siempre a nuestra historia; acogida de Dios en el hoy de nuestras vidas - os nace un Salvador -, y preparación de la venida definitiva del Señor. Entonces
se verán cumplidas las mejores expectativas de nuestro corazón creyente y de nuestro mundo inquieto e insatisfecho. Entonces será realidad el canto a la paz universal del profeta Isaías.
Mientras tanto, estad en vela, vestíos del Señor Jesucristo, forjad arados con vuestras espadas, llenad las ciudades de la luz de Dios, abrid caminos nuevos de humanidad y de paz por los que llega el Señor. Dios es fiel; tiene una sola palabra: Jesús. En El nos lo dice todo y cumple todas sus promesas. Si tarda, espera, prepara el camino y ora:.¡ VEN, SEÑOR JESÚS !