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Pedro les contestó: -«Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.» Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: – «Escapad de esta generación perversa.»” Bautizados, en España, estamos casi todos. Eso de la conversión lo hemos oído tantas veces que tal vez nos suene como algo hueco o irrealizable. Hay que seguir leyendo las instrucciones.
“ Jesús le dice: – «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.”» María Magdalena fue y anunció a los discípulos: – «He visto al Señor y ha dicho esto.»” Jesús resucitado está a la derecha del Padre, y nosotros, en la Iglesia, vivimos de las palabras y las obras de Jesús. María Magdalena no tiene que dar una interpretación de lo que ha visto, no va a contar sus experiencias, ella va a contar lo que Jesús le ha dicho, no otra cosa. Eso es lo que hace la Iglesia. No dice quién es Jesús “para mí” sino quien es Jesús hoy, vivo y actuante, por medio del Espíritu Santo.
Entonces ¿qué tenemos que hacer? En primer lugar rezar, hablar con Dios y leer su Palabra (da pena el desconocimiento que tantos católicos tenemos de la Sagrada Escritura), leerla con pasión, con interés, con avidez, no como una tortura. Y también conocer la doctrina de la Iglesia. Conocerla mejor que conocemos las instrucciones del GPS o las funciones del vÍdeo. Saber qué dice la Iglesia, y no conformarnos con los titulares de los periódicos anticlericales. Y entonces amar a la Iglesia, confiar en ella y sentirnos miembros vivos del cuerpo de Cristo, dejar de usar a la Iglesia para ser Iglesia.
Es una tarea para la Pascua. La Virgen sabía la íntima relación entre la vida de Cristo, la vida de la Iglesia y nuestra propia vida, ella nos ayudará a no vivir una fe superficial, de oídas, sino a vivir la verdadera alegría de sentirnos unidos a Cristo resucitado.