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A ellos se suman muchos hombres y mujeres que, movidos por la acción del Espíritu Santo, han escogido vivir el Evangelio con radicalidad, haciendo profesión de castidad, pobreza y obediencia. Religiosos y religiosas de vida activa o contemplativa, que, con su oración perseverante por toda la humanidad o con su multiforme acción caritativa, dan a todos el testimonio vivo del amor y de la misericordia de Dios. “Ellos son, por excelencia”, decía Pablo VI, “voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. [...] Se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo” (Evangelii nuntiandi, 69).
Las vocaciones que nacen en el surco de la misión son una invitación permanente para que los bautizados y las comunidades cristianas sientan la urgencia del agradecimiento a Dios, por seguir suscitando esas vocaciones en los lugares y momentos más insospechados, y del compromiso para cooperar, de modo que ninguna se pierda por carecer de medios para su formación. De un modo especial, la Jornada vocacional del próximo 26 de abril abre nuevos horizontes para que el Pueblo de Dios manifieste su gratitud por el don de la vocación de especial consagración y sea muy solícito para caminar a su lado, ayudando con la oración y la cooperación.
Anastasio Gil García
Director de OMP en España