Y les dijo: -«Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».” (Mc 14,24)
En la Eucaristía, Jesucristo sigue ofreciendo la copa santa como gesto de alianza, de perdón, de amistad, y quien acepte beber de este cáliz con respeto y dignidad, se lleva la prenda de la vida futura, porque aquel que come del pan partido en la Mesa del Señor, y bebe de la Copa de la Salvación, recibe vida eterna.
La Eucaristía es sacramento de la presencia real de Jesucristo y en ella se prolonga la hospitalidad divina. Con ese gesto, Jesús nos ofrece la señal más auténtica de su amistad y entrega generosa.
El salmista nos brinda la expresión más adecuada: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal 115).
La adoración, la hospitalidad, la entrega, el respeto, la gratitud, el sobrecogimiento, la comunión, brotan en el corazón de quien se acerca con fe a la mesa santa. Al tiempo que rendimos homenaje a la Eucaristía, aprendamos el mandamiento de la hospitalidad magnánima, al menos con el perdón. Asi como la entrega y la compasión.