Dios ve la opresión. A sus oídos y, sobre todo a su corazón, llega el sufrimiento de un pueblo. Cuando Moisés le pregunta por su nombre, Yahvé responde: Yo soy el que está y estará contigo, el que te acompaña y te acompañará siempre, el que sufre como propia la suerte del pueblo oprimido.
Dios no distribuye caprichosamente bienes o males, salud o enfermedad, como si castigara a unos y premiara a otros. No creo en este Dios ni debéis creer vosotros. Creo en un Dios Padre-Madre que mira, ve, se conmueve y comparte el dolor de tantas familias y pueblos que sufren a causa de terremotos, injusticias, accidentes, enfermedades. El Dios en quien yo creo, nos dice hoy Jesús, siempre está cerca del que sufre.
Tiempo de gracia y de conversión. “Espera un año más”, dice el viñador; “espera una cuaresma más, 40 días o 40 años más”, decimos nosotros. Dios es paciente y espera para que nos convirtamos y demos fruto. Nos ofrece un nuevo tiempo de gracia.
Conversión: volver la mirada y el corazón a Dios y sentirle cercano y amigo de la vida y de una vida plena para todos sin excepción; creer en un Dios que acompaña con especial predilección la vida en quienes ésta es más frágil: niños, enfermos, ancianos, marginados ...
Conversión: Volver la mirada a los que sufren y sentir que nuestro corazón se conmueve y nos impulsa a cuidar y apoyar la vida de tantas personas que necesitan de nosotros.