Con motivo de la Jornada del Domund que celebraremos el próximo 20 de octubre, el obispo de Ourense, Mons. Leonardo Lemos Montanet, escribe a sus fieles diocesanos recordándoles que la fe es un regalo que nos impulsa a ser misioneros.
"'Cristo nos envía, ¡sean misioneros!'. Así reza la segunda parte del estribillo del himno oficial de la pasada JMJ de Río de Janeiro 2013.
Cristo nos invita: 'Vengan mis amigos', Cristo nos envía: '¡Sean misioneros!'
Ser misioneros. Es un imperativo que hunde sus raíces en nuestro ser de cristianos.
Del Bautismo brota ese dinamismo que el Señor, en el seno de la Madre Iglesia, nos ha concedido para ser misioneros aunque no nos llamemos así. Son tan importantes las misiones que, dentro del horizonte del Año de la Fe, el Papa Francisco nos ha obsequiado con un mensaje programático para la Jornada Mundial de las Misiones. Para el cristiano, la fe es un regalo que, sin merecer ni solicitar, hemos recibido de Dios, y este don nos capacita para abrirnos al conocimiento del misterio de Dios y para amarlo. Es tan grande ese dinamismo y tan fuerte su energía que rompe todas las fronteras de la historia y del mismo ser humano.
Del Bautismo brota ese dinamismo que el Señor, en el seno de la Madre Iglesia, nos ha concedido para ser misioneros aunque no nos llamemos así. Son tan importantes las misiones que, dentro del horizonte del Año de la Fe, el Papa Francisco nos ha obsequiado con un mensaje programático para la Jornada Mundial de las Misiones. Para el cristiano, la fe es un regalo que, sin merecer ni solicitar, hemos recibido de Dios, y este don nos capacita para abrirnos al conocimiento del misterio de Dios y para amarlo. Es tan grande ese dinamismo y tan fuerte su energía que rompe todas las fronteras de la historia y del mismo ser humano.
La fe cristiana no tiene horizonte y, por consiguiente, no puede ser aherrojada en el interior del ser humano, ni en el ámbito de una comunidad; en su razón de ser se encuentra la energía que nos empuja a transmitirla. De ahí que la señal más clara de una fe madura sea su impulso misionero. Nuestra fe es 'adulta' en la medida en la que nos lleva a romper las fronteras de nuestro yo, de nuestros grupos apostólicos y comunidades, porque una fe que no se comunica, ni difunde, es una fe que no sirve.