
Para hablar de la “Purísima” es contundente la afirmación de San Jerónimo: “Se la llama Inmaculada porque no sufrió corrupción alguna; y considerada atentamente, se ve que no existe virtud, ni candor, ni gloria, que en ella no resplandezca”.
Aunque es verdad que la fiesta de la Inmaculada tiene poco más de un siglo, sin embargo siempre el culto a María ha estado particularmente unido al Adviento. Cuando aguardamos la venida del Redentor que va a sacarnos de nuestra miseria, levantamos los ojos hacia su Madre, y nos llenamos de gozo cuando recordamos los privilegios de la Madre de Dios, las grandezas de la teología mariana. María es la predestinada, la escogida, la inmaculada, la eternamente presente en los decretos divinos y creada en la santidad y la justicia, la llena de gracia y bendita entre todas las mujeres.