En el relato del pecado original impresiona escuchar en boca de Adán su confesión sobre el miedo: “Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo y me escondí”
Es delicioso contemplar a la Virgen Inmaculada dialogando a tumba abierta con el Señor. Frente al miedo de Adán, la plena confianza en Dios de María. Frente a la desnudez del pecado, la plenitud de gracia de esta Madre. Y frente a los frutos del pecado, el fruto de la gracia, que es ese Hijo, entregado al hombre ya desde el seno de su Madre. Dios se unió así a nuestra carne humana, sin miedo a abrazar todas las consecuencias de nuestro pecado para quitarnos a nosotros todos los miedos.
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En esta solemnidad de la Virgen Inmaculada, descubramos una vez más el valor de la maternidad. Apendamos a descansar como hijos en ese regazo virginal, en el que se hace carne el mismo Dios. Esta cercanía divina, haciéndose uno de los nuestros, ¿verdad que es una invitación a la confianza y a desterrar los miedos de nuestra vida?
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